Derecho a la blasfemia, el caso de Charlie Hebdo
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Luis Jaime Cisneros, de la agencia France Press, condena los asesinatos y el terrorismo. Sostiene que la historieta francesa no es solo Tin Tin, Asterix y Hebdomidaire, sino que ha sido utilizada como una herramienta política y una manifestación de la libertad de expresión, sobre todo al final de la Revolución Francesa. Para Cisneros, el respeto a libertad de prensa es un valor absoluto que no debe tener ninguna restricción. Este es un momento para reflexionar sobre ello porque ha salido a flote la discusión sobre si debe haber algún tipo de restricción con respecto a dibujos o contenidos que puedan ofender a las personas que practican algún tipo de religión. Por ejemplo, los diarios norteamericanos New York Times y Washington Post se negaron a reproducir las caricaturas de Charlie Hebdo, alegando que podían ofender a sus lectores. Esto indica que en determinadas sociedades funciona la autocensura con más fuerza que en otras.
Fernando Carvallo, que ha vivido muchos años en Francia, explica que allí se procesa y se puede condenar a quien incita el odio a una comunidad étnica o religiosa – el antisemitismo u otras variantes del racismo – o al que hace apología del terrorismo, pero no se puede condenar a quien se burla de una religión cualquiera que sea. La diferencia con el pensamiento anglosajón es que para la ley francesa la religión es una creación del espíritu humano, igual que una obra de arte. El periodista pone un ejemplo que sintetiza esta idea: Uno puede considerar que la Quinta Sinfonía de Beethoven es cursi, pero eso no es un delito.
Mario Molina, conocido por los dibujos y viñetas de humor político que publica en El Comercio, resalta la tradición que liga la política al humor en Francia. Explica que, entre la primera mitad y mediados del siglo XIX, aparecen una serie de revistas de humor y sátira política que son antecedentes del anticlericalismo del Estado laico y del respeto a la libertad de prensa. Aunque también resalta que se han producido muchos episodios de censura e, incluso, detenciones de editores y dibujantes. Recuerda un caso emblemático: el del director de la revista de caricaturas Charles Philipon, quien fue acusado judicialmente por burlarse del rey. En el momento que lo estaban juzgando hizo un dibujo en cuatro partes que empezaba con la cara del rey Louise Philippe y terminaba en una pera. Finalmente lo sentenciaron. Para Molina, éste es un indicador de que siempre ha existido una pugna entre los editores y humoristas satíricos y el poder de turno.
Molina define el punto neurálgico del debate y toma posición: Afirma categóricamente que la blasfemia1 se debería respetar en una sociedad laica. Cuenta que a Camus le preguntaron por qué era pertinente burlarse y hacer sátira de las religiones, y él dijo que eran ideologías y que cualquier dibujante, periodista o cineasta puede hablar de ellas de la forma que crea conveniente. En conclusión, sostiene que no se pueden poner límites.
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