De robinson crusoe capítulo 2
7. Qué objetos le enviaron desde Londres comprados con el dinero que él había dejado en depósito allí, y qué le compraron con las 5 libras que la sra le regaló.
8. A qué precios se conseguían esclavos en Guinea para llevar a trabajar en las plantaciones en Brasil
9. Qué negocios le propusieron, motivados por las conversaciones
Del capítulo 3.
Por qué se sintió abatido cuando fue consciente de su situación
5. De qué se sintió arrepentido cuando llegó al buque
6. Qué nuevas provisiones sacó Robinson de la embarcación
7. Qué lugar encontró para poder desembarcar su carga
8. Qué animal encontró cuando volvió y qué hizo con él
9. Cómo hizo para construir su vivienda
10. Qué cosas siguió llevándose cada vez que iba al barco
11. Qué hallazgo le dio alegría en su sexto viaje al barco
12. Qué le ocurrió en uno de sus viajes al barco
Respuestas a la pregunta
Róbinson Crusoe
Capítulo II
Un esclavo tras su libertad
Cuando llegué a Londres tuve la suerte de caer en muy buenas manos, cosa nada corriente en un joven tan precipitado y aturdido como yo era. La primera persona que conocí fue un capitán de barco que acababa de llegar de Guinea, después de un viaje que le había dado buenos resultados, razón por la cual tenía resuelto regresar nuevamente. Le agradó mucho mi conversación y, habiéndome oído decir que sentía vivos deseos por conocer mundo, me ofreció que me embarcara con él, adelantándome que ello no me significaría el menor gasto y que, si deseaba llevar algunos objetos conmigo, gozaría de todas las ventajas que puede brindar el comercio.
Habiéndole aceptado su ofrecimiento al capitán, que era un hombre honrado y sincero, invertí en dicha empresa la suma de cuarenta libras esterlinas, que gasté en quincallería, siguiendo su consejo. Dicho dinero logré reunirlo con la ayuda de algunos parientes que, segun tengo entendido, habían persuadido a mis padres a que secretamente contribuyeran a mi primera aven.
El barco corsario llevaba a bordo dieciocho cañones, mientras que el nuestro sólo contaba con
El corsario renovó el combate, pero ahora llegando por el otro lado al abordaje. Saltaron a nuestra cubierta unos sesenta de los suyos, que empezaron a cortar mástiles y jarcias, mientras que nosotros los recibimos con mosquetes y granadas. Dos veces los rechazamos de nuestra cubierta, pero, finalmente, y habiendo quedado desmantelado el barco y muertos tres de nuestros hombres y otros ocho heridos, nos vimos obligados a rendirnos y fuimos llevados prisioneros a Salé, puerto que pertenece a los moros.
Una vez que Muley regresó y estuvimos provistos de todo lo necesario, salimos del puerto sin que los guardias del castillo hicieran caso alguno de nosotros, puesto que nos conocían. El viento soplaba del norte, lo que era contrario a mis deseos, ya que con el del sur hubiera alcanzado las costas españolas o, por lo menos, entrado en la bahía de Cádiz. Pero, resuelto como yo estaba a libertarme de aquella indigna
—En ese caso —me contestó riendo—, les pegaremos un tiro para que huyan.
Me complació verlo tan animado y, para fortalecerlo más, le di una copita de licor. Echamos el ancla con la intención de dormir, pero no había manera de hacerlo. Durante algunas horas vimos cómo se lanzaban al agua unos animales gigantescos, revolcándose y profiriendo alaridos horrísonos. No es posible dar una idea exacta de los espantosos rugidos y gritos que se elevaban desde la orilla. Esto me hizo ver que habíamos hecho muy bien en ser prudentes y no aventurarnos de noche por aquellos lugares
De todos modos nos veíamos obligados a desembarcar en algún sitio para abastecernos de agua dulce. Xuri me expresó que si lo dejaba ir a tierra con un jarro, él descubriría el lugar donde había agua y me la traería. Cuando le pregunté por qué quería ir él en vez de que lo hiciera yo, me respondió con el mayor cariño:
—Porque si hay salvajes, me comerán a mí y vos os podréis salvar.
—Iremos los dos, querido Xuri —le respondí—; y si encontramos salvajes, los mataremos y así ninguno de los dos les servirá de presa.
Un día, ya de madrugada, fuimos a fondear a un pequeño cabo, esperando que la marea que subía nos llevase más adelante. Xuri, que tenía la vista más aguda que yo, me dijo en voz baja que nos alejásemos de la orilla.
—¿No veis —añadió— aquel terrible monstruo que duerme tendido al pie de la colina?
Dirigí la mirada hacia el lugar que me señalaba, descubriendo en efecto un monstruoso animal: era un enorme león, echado sobre el declive de una altura.
—Xuri —le dije entonces—, anda a tierra y mátalo.
El muchacho pareció asustarse muchísimo, pues me contestó:
—¿Matarlo yo? ¡Si me tragaría de un bocado!
Con aquellas provisiones icé nuevamente la vela y proseguimos navegando hacia el sur durante once días, sin aproximarnos a la costa. Entonces pude observar que el continente entraba bastante en el mar y tuve que dar un largo rodeo para contornearlo. Desde allí vi claramente otras tierras en el lado opuesto, cayendo en la cuenta de que por un lado tenía el Cabo Verde y por el otro las islas del mismo nombre. Estaba yo indeciso sobre hacia cuál de ambos extremos debía hacer rumbo, ya que si el viento arreciaba bien podía impedirme llegar a cualquiera de ellos
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coronita porfis