Historia, pregunta formulada por jexsealilabe, hace 1 año

de qué modo se beneficiaron los europeos de la expansión de áfrica y osiania

Respuestas a la pregunta

Contestado por KarolMuñoz
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La posición privilegiada de Europa en el contexto planetario es un hecho que arranca de fines del siglo XV, con el descubrimiento por Cristóbal Colón del continente americano y con la llegada a India de la expedición de Vasco de Gama. Desde entonces, el dominio ejercido sobre amplios territorios ultramarinos por parte de potencias europeas fue una constante hasta el siglo XX, primero por los imperios ibéricos y, desde el siglo XVII, por otras potencias como Holanda, Francia y, en especial, el Reino Unido. El declive de los imperios ibéricos se produce a principios del siglo XIX: en las primeras décadas del siglo, dos tercios de los territorios sometidos a dominio colonial europeo adquieren su independencia (el Brasil portugués y casi toda la América española). A partir de 1830, una nueva etapa histórica se abre en las relaciones entre Europa y el resto del mundo, al concentrarse la presencia colonial europea sobre Asia y África.

La difusión de la práctica del colonialismo en la Europa del siglo XIX no era, pues, un hecho nuevo. Pero lo que acontece en este siglo es que se produce una progresiva sustitución de unas potencias coloniales por otras. Además, se pueden distinguir claramente dos fases en la historia de la expansión colonial europea contemporánea. La primera, que se extiende hasta 1880, se caracteriza por la práctica de un tipo de explotación colonial de carácter “informal”, esto es, en la que había relaciones económicas desiguales que no comportaban la obligación de un control político del territorio colonial por parte de la metrópoli. La tendencia predominante era la de establecer relaciones comerciales, pero no ocupar territorios, salvo en el caso de desplazamiento de las fronteras interiores, como sucede en América del Norte o en la Siberia rusa.

La novedad de los años posteriores a 1880 consiste en que el principio de territorialidad se convierte en una pauta obligada para los Estados industrializados. Por esta razón, las principales potencias coloniales occidentales se ven en la obligación de establecer un dominio “formal” de inmensos territorios, organizar una administración específica de los mismos y afrontar costosas guerras y otros gastos que permitan asegurar sus posesiones. Se constituyen de este modo grandes imperios coloniales que, con diversas variantes, se mantienen en vigor hasta después de 1945, cuando se abre el gran proceso de descolonización y emergencia política del Tercer Mundo.

Este colonialismo difería, económica y políticamente, del anterior. Los antiguos imperios habían sido marítimos y mercantiles. Los comerciantes europeos compraban en la India, Java o Cantón los artículos producidos con métodos nativos que les ofrecían los mercaderes nativos. Los gobiernos europeos no habían tenido ambiciones territoriales, más allá de la protección de los centros comerciales y puertos. América fue una excepción: allí los europeos desplegaron títulos territoriales, invirtieron capital e introdujeron sus métodos de producción y de administración, especialmente en las entonces prósperas islas del azúcar de las Indias Occidentales.

Con el nuevo imperialismo los europeos no se contentaron con comprar lo que los mercaderes nativos les ofrecían; querían artículos de un tipo o en una cantidad que los métodos preindustriales no podían aportar. Penetraron más profundamente en los países “atrasados”. Invirtieron capital en ellos, organizaron minas, plantaciones, muelles, depósitos, fábricas, refinerías, ferrocarri­les, vías de navegación fluvial y bancos. Construyeron oficinas, casas, hoteles, clubes y refugios adecuados para los hombres blancos en los trópicos. Al apoderarse de la vida productiva del país, transformaron grandes capas de la población local en asalariados de los propietarios extranjeros, introduciendo así los problemas de la lu­cha de clases, acentuados por las diferencias raciales. Prestaron dinero a los gobernantes nativos (el jedive de Egipto, el sha de Persia, el emperador de China) para permitirles mantener sus vacilantes tronos o, simplemen­te, vivir con más lujo y magnificencia de los que ellos podían pagar con sus habituales ingresos.

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