¿De qué manera la diversidad puede favorecer el desarrollo de la democracia? ayuda
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yo se
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Si hay dos temas que definen el debate político contemporáneo, son la diversidad y la democracia. Desde la crisis migratoria al islam radical o el multiculturalismo, el miedo a las consecuencias de la diversidad ha enraizado profundamente en las sociedades occidentales. Estos miedos han sido un factor esencial en el crecimiento de los partidos populistas y en los resultados electorales de personajes como Donald Trump, Geert Wilders o Marine Le Pen. Esto ha llevado a muchos a tener miedo de la propia democracia, que consideran que se está desbaratando por el éxito del populismo. Otros han sugerido que las sociedades occidentales son demasiado democráticas y que el proceso democrático necesita limitarse para acotar las ideas y los líderes indeseables.
Para deshacer los nudos de esta discusión, quiero emprender tres tareas: primero, observar lo que consideramos diversidad y cuestionar la idea de que las sociedades diversas son nuevas; segundo, mostrar cómo los cambios políticos en décadas recientes han ayudado a desunir las ideas de democracia y diversidad; y tercero, explorar cómo tendríamos que relacionar democracia y diversidad.
Uno de los mitos contemporáneos más persistentes es que las sociedades europeas solían ser homogéneas, pero se han vuelto diversas gracias a la inmigración. Tanto los que son hostiles a la inmigración como los que apoyan la diversidad aceptan esta tesis. Lo hacen solo por amnesia histórica, y porque hemos terminado por adoptar un criterio muy selectivo de lo que significa ser diverso.
Cuando hablamos de sociedades europeas como históricamente homogéneas, lo que queremos decir es que solían ser étnicamente, o quizá culturalmente, homogéneas. Pero el mundo es diverso de muchas maneras, dividido en diferencias no solo étnicas sino de clase, género, fe, política y más.
Muchos se preocupan hoy del choque entre el islam y Occidente, y temen que los valores islámicos sean incompatibles con los valores occidentales. Asumimos que esas clases y esos miedos son nuevos, el producto de una Europa diversificada a través de la inmigración masiva. Pero el conflicto religioso era la norma en la Europa antigua a la que consideramos homogénea. Y, a pesar de lo difícil que es imaginarlo ahora, hasta hace relativamente poco los católicos eran vistos de la misma forma en que algunos ven a los musulmanes: como quintacolumnistas que guardaban lealtad, como dijo el filósofo inglés John Locke, a un “príncipe extranjero”, el papa, que tenían unos valores incompatibles con los de las democracias liberales, y que suponían una amenaza a la seguridad y la estabilidad de la nación.
Aún más, los judíos eran vistos como una amenaza a la identidad europea, sus valores y modos de ser; tanto que se convirtieron en víctimas del mayor genocidio del mundo. Pero el tratamiento de los judíos como el “Otro” no se reducía a Alemania. Era central en casi todas las naciones europeas, desde el caso Dreyfus en Francia a la primera ley migratoria británica, la Aliens Act de 1905, diseñada en esencia para detener el flujo de judíos europeos en el país.
Europa estaba desgarrada no solo por conflictos religiosos y culturales sino también políticos. Desde la guerra civil inglesa a la española, desde la guerra de los campesinos alemanes a la Comuna de París, las sociedades europeas estaban profundamente divididas. Conflictos entre comunistas y conservadores, liberales y socialistas, monárquicos y liberales se convirtieron en el sello distintivo de las sociedades europeas. Por supuesto, no consideramos estos conflictos expresiones de una sociedad diversa. ¿Por qué no? Simplemente porque tenemos una visión muy limitada de lo que implica la diversidad.