¿De qué manera influyó el Capitalismo en la configuración de Dictaduras en Latinoamérica?
Respuestas a la pregunta
América Latina es la tercera gran región de experimentación de las políticas neoliberales. De hecho, el continente latinoamericano ha sido el epicentro de la primera experiencia neoliberal aplicada de forma sistemática. Ejemplo es Chile, bajo la dictadura del general Pinochet. El Chile de Pinochet aplicó su programa inmediatamente, bajo las formas más duras: desregulación, desempleo masivo, represión antisindical, redistribución de la riqueza en favor de los ricos, privatización del sector público. Todo lo cual comenzó justo un decenio antes del gobierno de la señora Thatcher.
En Chile, la inspiración teórica de la experiencia del general Pinochet fue más directamente norteamericana; Milton Friedman era entonces una referencia más directa que el austríaco von Hayek. El neoliberalismo chileno, bien entendido, presuponía la abolición de la democracia y la puesta en vigor de una de las dictaduras más sanguinarias de la postguerra.
La economía chilena conoció un ritmo de crecimiento relativamente rápido bajo el régimen de Pinochet, a diferencia de las economías capitalistas de los países avanzados sometidos al programa neoliberal. Ese ritmo ha sido, por lo demás, perseguido por los regímenes de la era post-Pinochet, que han aplicado, en esencia, la misma orientación económica. Si Chile representa una experiencia piloto para el neoliberalismo de los países de la OCDE, América Latina también ha servido de campo experimental de los planes que se aplicarían al Este. Hacemos alusión a las ´reformas‘ aprobadas en Bolivia desde 1985. Jeffrey Sach, el joven gurú económico norteamericano, puso en vigor su tratamiento de choque en Bolivia antes de proponerlo en Polonia y en Rusia. En Bolivia, la imposición de un plan de ajuste estructural no necesitaba de la derrota de un movimiento obrero pujante, como sí fue el caso de Chile.
Acabar la hiperinflación era el primer objetivo declarado. El régimen político que aplicaba el plan de Jeffrey Sach no tomó la forma de una dictadura; se situó dentro del marco de la herencia del partido populista que había dirigido la revolución de 1952.
Chile y Bolivia han servido, pues, de laboratorio a los experimentos neoliberales. Pero hasta el fin de los años 80 fueron excepciones en América Latina. El viraje hacia un neoliberalismo perfilado comenzó en México, en 1988, con el arribo del presidente Carlos Salinas de Gortari. Y se prolongó con la elección de Carlos Ménem en 1989 y con el comienzo, ese mismo año, de la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez en Venezuela; finalmente, con la elección de Alberto Fujimori a la presidencia del Perú en 1990. Ninguno de estos gobiernos hizo conocer a la población, antes de su elección, el contenido de las políticas que habrían de aplicar. Por el contrario, Ménem, Pérez y Fujimori prometieron exactamente lo opuesto a las medidas antipopulares que aplicaron en el curso de los años 90. En cuanto a Salinas, es de conocimiento público que no habría sido elegido si el Partido Revolucionario Institucional (PRI) no hubiera organizado un fraude electoral masivo.
De las cuatro experiencias, tres han conocido un éxito inmediato sobre la hiperinflación México, Argentina, Perú– y una fracasó –Venezuela. La diferencia es importante. En efecto, las condiciones políticas necesarias para una deflación -la desregulación brutal, el aumento del desempleo y las privatizaciones- se han hecho posibles gracias a la existencia de ramas ejecutivas del poder estatal que concentran un poder aplastante. Éste siempre ha sido el caso en México, gracias al sistema de partido único del PRI. Al contrario, Ménem y Fujimori debieron innovar, instaurando legislaciones de urgencia, reformas constitucionales u organizando el autogolpe de Estado. Este tipo de autoritarismo político no ha podido aplicarse en Venezuela.
Sería arriesgado concluir que en América Latina sólo los regímenes autoritarios pueden imponer políticas neoliberales. El caso de Bolivia, donde todos los gobiernos elegidos después de 1985 –el de Paz Zamora o el de Sánchez de Losada– han aplicado el mismo programa, demuestra que la dictadura, como tal, no es necesaria, aún cuando los gobiernos "democráticos" hayan tenido que tomar medidas antipopulares de represión. La experiencia boliviana suministra una enseñanza: la hiperinflación, con el efecto pauperizador que cotidianamente trae para la gran mayoría de la población, puede servir para hacer ´aceptables‘ las brutales medidas de la política neoliberal, preservando formas democráticas no dictatoriales.