de que manera influye la vida del escritor en las historias que escriben,Agatha Christie
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Literatura y sociedad mantienen una relación de mutua influencia: por un lado el escritor reacciona ante el sistema de creencias, inquietudes y valores de la sociedad de su tiempo aceptándolos o rechazándolos; por otro lado sucede a la inversa, el autor le plantea a la sociedad problemas y soluciones.
Explicación:
Respuesta:
Es posible juzgar de forma separada la obra pública de un creador y sus actos íntimos? ¿En qué medida interfiere la vida privada de un artista o escritor en la valoración de su obra? ¿En qué términos se puede, o debe, hacer la separación entre una y otra? Eduardo Rabasa y María Antonia González Valerio reflexionan al respecto.
BASTA CON SER SIEMPRE RABIOSOS
EN NUESTRAS REDES
Eduardo Rabasa
La existencia virtual ha cobrado una preeminencia por lo menos de igual magnitud que la real. Entre las cuestiones en vías de redefinirse de nuestro actuar en el mundo, una de ellas, en términos literarios, es la relación entre la obra de un autor o autora y su vida personal. Ahí donde la disyuntiva consistía en dilucidar cómo habría de afectar la lectura de Heidegger, Pound, Vasconcelos, el hecho de que sostuvieran posturas políticas que pueden ser consideradas como deleznables a la luz de la historia, ahora pareciera que el self virtual, controlado y producido en buena medida por uno mismo, ha introducido un nuevo abismo entre la obra y quien la crea, haciendo tambalear incluso la vieja distinción nietzscheana que postulaba que si Homero hubiera sido Aquiles, simplemente hubiera sido y no escrito sobre él, pues gracias a la magia de las redes sociales podemos no sólo escribir lo que queramos, sino también fantasear y presentarnos frente a nuestros seguidores tan inmaculados como el más entrañable personaje creado por la imaginación novelística.
A pesar de lo anterior, parecería que algunos principios se mantienen más o menos inmutables, como lo corrobora “El autor como productor”, una conferencia que Walter Benjamin nunca llegó a pronunciar, sumamente esclarecedora a la luz de los nuevos dilemas a los que nos enfrentamos. La forma en que Benjamin zanja la cuestión de la distancia entre un creador y su obra es dilucidar, más allá de sus posturas literarias o públicas, en dónde se sitúa el escritor en el proceso de producción, y si contribuye o no de manera significativa a transformar su realidad: “…abastecer un aparato de producción sin irlo transformando (en lo posible) es un procedimiento criticable, aunque los materiales de que se abastece al aparato parezcan de naturaleza revolucionaria”.
Benjamin termina por dar en el clavo cuando explica que los intelectuales sueñan con una “logocracia”, concepto con el que podemos comprender algunos de los fenómenos más visibles de nuestra actual vida literaria. Si antes el riesgo consistía en que la incongruencia se produjera por el lado de escribir una obra memorable, al tiempo que en los hechos se era un fascista, quizá ahora el riesgo consiste en que el abismo se produzca entre obra y una personalidad pública idealizada, que a menudo no guarda ninguna correspondencia con la personalidad real ni con el lugar que uno ocupa en el sistema productivo. Así, las redes permiten soñar, como alguna vez hiciera Platón, con una logocracia donde desde nuestro púlpito digital podemos mandar, prescribir, condenar, y esperar a que la sociedad entera, o al menos nuestros seguidores, corran presurosos a seguir nuestro mandato. No hace falta transformar nada, ni contribuir a que las cosas mejoren; basta con ser siempre rabiosos en nuestras redes, para continuar con una existencia que contribuya a que la situación sea tal que podamos vivir mostrando la indignación en esa plaza pública virtual que se ha apoderado de una buena parte de nuestro ser.