De que manera ejerces una labor critica y auto critica a la par. En el espíritu del dialogo con otros y con uno mismo
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
común olvidar que toda crítica no es otra cosa que el ejercicio del criterio, y que “crítica” significa separar o decidir. Todo artista, por consiguiente, lleva dentro de sí a un crítico, pues desde el momento en que separa, decide, selecciona y combina una serie de elementos tomados de la realidad, y les da forma o estructura mediante una técnica o técnicas para representarlos, ya ejerce el criterio. Si luego exhibe lo que realiza con el fin de enriquecer la cultura, de que otros lo vean, lean o escuchen, de impactar los sentidos y criterios de los espectadores o audiencias, entonces acepta de modo tácito que alguien lo interpretará, y que ese alguien no necesariamente pertenecerá a su congregación de elogios mutuos, sino que puede ser un simple lector o espectador que, como tal, le da vida a la obra, pero también reflexiona sobre ella, la siente de determinada manera y siempre de acuerdo con su competencia cultural y experiencia vital. Albert Camus llegó a afirmar que en gran medida un escritor escribe “para ser leído”, y que si alguien dice lo contrario, hay que admirarlo, pero no creerle. Ocurre lo mismo con cualquier artista.
Un lector de verdad es un lector crítico, y por lector me refiero a intérprete activo y no pasivo, es decir, a quien tiene la capacidad de generar un discurso (malo, bueno o regular) sobre lo que percibe. A partir de su criterio, dicho discurso puede denotar sobreinterpretación o delirio interpretativo, pero también puede generar una opinión que contenga los elementos textuales y contextuales; puede aplicar alguna teoría estética o incluso ajena a las reflexiones sobre arte o literatura; puede fundamentarse en otras obras del autor… Las posibilidades de lectura son inmensas y una lectura no necesariamente excluye a otra; es más: a menudo se complementan cuando se consideran los elementos textuales. A pesar de lo anterior, a veces funcionan más las vísceras, el estómago o el hígado que la cabeza, es decir, la envidia, el resentimiento o la animadversión. Es lo que Antonio Alatorre, en uno de sus textos más leídos, llama “crítica de mala leche”. Tal vez quienes le tienen miedo a la crítica sólo piensen en esta forma que, en el fondo, es totalmente ajena al auténtico ejercicio del criterio, que no hace sino valorar una obra e integrarla a la cultura, difundirla, analizarla, explicarla de algún modo para dar cuenta de ella al inyectarle significación.
Es verdad: en todo artista hay un crítico, pero también un despiadado autocrítico. Ha habido incluso autores, como Thomas Mann, que siempre opusieron resistencia a su propia obra y titubearon mucho antes de darla al público. Salvador Novo llegó a afirmar que cuando un escritor se queja de los críticos hay que pensar que la falta no debe buscarla afuera, pues está dentro de él. El escritor también se desdobla y se mira trabajar. No se trata de llegar al mutismo a base de autocrítica, sino de practicarla como ejercicio de autosuperación, y siempre considerando que toda obra no sólo es perfectible, sino que jamás llegará a concluirse, ya sea porque sólo se abandonó, ya sea porque cada lector crítico, en la medida en que funciona como coautor, la concluirá de muchos modos a lo largo del tiempo. En tal sentido, una obra maestra como el Quijote no está terminada, pues si lo estuviera, ya no se leería. Sólo el fin de la especie humana significaría la conclusión verdadera de una obra artística. En los demás casos, únicamente las obras frívolas y de oportunidad se agotan con facilidad, y a pesar de ello, uno de los deberes del crítico es rescatar y valorar aquellas piezas prisioneras de la injusticia.