De qué idea se nutrían los revolucionarios
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Para medir la ruptura provocada por la Revolución Francesa hay que partir nuevamente, doscientos años después, de su ambición principal: refundar la sociedad a la manera de Rousseau, esto es, regenerar al hombre por medio de un verdadero contrato social. Propósito universal cuya abstracción se aproxima al mensaje de las religiones, aunque sea diferente por su contenido, puesto que esta regeneración no tiene ya fundamentos trascendentes; por el contrario, se limita a sustituir a cualquier otra trascendencia. Con la Revolución Francesa, lo religioso es absorbido por lo político. E inversamente, cuando se rechaza esa absorción se abre paso a la Contrarrevolución. Tal es el carácter profundo de la Revolución Francesa, su rasgo distintivo frente a las revoluciones inglesa y americana.
De hecho esta nueva fundación de la sociedad es un principio constantemente mantenido, la Revolución se busca a sí misma en la medida que carece de un punto fijo: y así se nos aparece en medio del desarrollo de los acontecimientos como una historia sin final. Este propósito de instituir una nueva sociedad no posee ninguna escena central sobre la cual fundar esa sociedad nueva; no hay límite en el que deba detenerse ni anclaje con el que fijarla en punto alguno.
No existe un 1688 con su monarquía a la inglesa ni un 1797 con su constitución americana: por añadidura, los objetivos de la revolución inglesa y de la revolución americana no son la ruptura con la corrupción del pasado ni se aspira a empezar desde cero, sino reconciliar al nuevo régimen con la tradición. Hay en ambos casos una voluntad de reanudar lo que se había perdido, de restaurar la historia nacional. Esas revoluciones conservan a la vez el vínculo religioso cristiano (se trata de reencontrar un orden original querido por Dios) y el anclaje de la continuidad histórica inmemorial (la common law inglesa). Maistre y Burke a la vez: de ahí procede la extraordinaria fuerza de consenso de este sincretismo revolucionario. Por el contrario, la Revolución Francesa rompe a la vez con la, Iglesia católica y con la Monarquía, es decir, con la religión y con la historia. Quiere fundar la sociedad, el hombre nuevo… pero ¿sobre qué bases? Se descubre a sí misma, crea su propia historia, pero sabe que no cuenta con un Moisés ni un Washington, con nadie que le ayude a fijar su rumbo. De ahí la obsesión sobre la ausencia de punto de llegada, tan característica en su trayectoria, desde 1789 a 1799. Sería muy largo enumerar los momentos y los hombres que tienen por ambición principal este deseo de fijar la Revolución. Mounier desde julio de 1789, después Mirabeau, La Fayette, Barnave, los Girondinos, Danton, Robespierre, cada unos de ellos lo intentan en su propio interés hasta que Bonaparte lo consigue durante un tiempo; aunque sea solamente por un tiempo, mientras se extiende a todo el espacio europeo el proyecto revolucionario, sin capacidad real para fundar una nueva sociedad.
«Mounier desde julio de 1789, después Mirabeau, La Fayette, Barnave, los Girondinos, Danton, Robespierre, cada unos de ellos lo intentan en su propio interés hasta que Bonaparte lo consigue durante un tiempo»
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