cuento del valor de la amistad porfa
Respuestas a la pregunta
Respuesta:Lobo, Mirlo y Sapo eran muy buenos amigos.
Cuando se encontraron después del terrible huracán, no sabían qué camino tomar, pero tenían claro que no querían volver a separarse.
- Vamos a hablarlo - dijo Lobo, mientras tomaba asiento al lado de un grueso tronco.- Yo preferiría ir a la montaña, porque me gusta el frío y la nieve.
- Yo preferiría ir al río, porque me encanta nadar y bucear entre las hiedras - dijo Sapo.
- Pues yo preferiría ir a un bosque lleno de árboles, porque me gusta cantar escondido entre las hojas y hacer mi nido entre las ramas - dijo Mirlo.
- Tendremos que ceder en algo si lo que queremos es permanecer juntos - volvió a hablar Lobo.
Todos callaron unos minutos reflexionando.
A Lobo no le gustaba el agua, por eso, descartó enseguida el río; pero podría intentar adaptarse a vivir en la arboleda con tal de no perder a sus amigos.
Sapo descartó rápidamente ir a vivir a la montaña; allí vivía la culebra a la que temía tanto, pero podría vivir entre los árboles siempre que fuera junto a sus buenos amigos.
Mirlo pensó que quizás podría adaptarse a vivir en la montaña, y aunque el agua no le hacía mucha gracia podría hacer un esfuerzo para vivir cerca del río y hacer su nido en un alto arbusto.
Los tres hablaban entre ellos para hallar una solución y no tener que separarse.
- ¡Eh, amigos! - escucharon que decían.
- ¡Sí! Es a vosotros - les dijo un gran oso pardo - perdonad si me meto donde no me llaman, pero os estoy escuchando... Yo sé de un lugar donde los tres seríais muy felices. Donde yo vivo, paseo por la montaña con mis amigos osos y seguro que a Lobo le gustaría. Hay árboles frondosos y altos con fuertes ramas, allí Mirlo podría hacer su nido, y cerca de mi cueva discurre un caudaloso río de aguas transparentes donde apago mi sed, y Sapo podría nadar y jugar cuanto quisiera.
Todos se pusieron muy contentos. Gracias a Oso encontraron un lugar natural precioso para vivir. Ninguno tuvo que renunciar a su modo de vida, aunque estaban dispuestos a ello por mantenerse unidos y, además, hicieron un nuevo amigo
espero que te ayude :D
El asno y el caballo
Un asno y un caballo vivían juntos desde su más tierna infancia y eran buenos amigos. Su dueño era molinero, así que su tarea diaria consistía en transportar la harina de trigo desde el campo al mercado principal de la ciudad. El hombre colocaba un enorme y pesado saco sobre el lomo del asno, y minutos después, otro igual de enorme y pesado sobre el lomo del caballo. En cuanto todo estaba preparado los tres abandonaban el establo y se ponían en marcha. Un día, no se sabe por qué razón, el amo decidió poner dos sacos sobre el lomo de asno y ninguno sobre el lomo del caballo. Lo siguiente que hizo fue dar la orden de partir.
– ¡Arre, caballo! ¡Vamos, borrico!… ¡Daos prisa o llegaremos tarde!
Se adelantó unos metros y ellos fueron siguiendo sus pasos. El asno se lamentó:
– ¡Ay, amigo, fíjate en qué estado me encuentro! Nuestro dueño puso todo el peso sobre mi espalda y creo que es injusto. ¡Apenas puedo sostenerme en pie y me cuesta mucho respirar!
El pequeño burro tenía toda la razón: soportar esa carga era imposible para él. El caballo, ni se paró a pensar en el sufrimiento de su colega. A decir verdad, hasta se sintió molesto por el comentario.
– Sí amiguete, ya sé que hoy no es el mejor día de tu vida, pero… ¡¿qué puedo hacer?!… ¡Yo no tengo la culpa de lo que te pasa!
Al burro le sorprendió la indiferencia y poca sensibilidad de su compañero de fatigas, pero estaba tan agobiado que se atrevió a pedirle ayuda.
– Te ruego que no me malinterpretes, amigo mío. Por nada del mundo quiero fastidiarte, pero la verdad es que me vendría de perlas que me echaras una mano. Me conoces y sabes que no te lo pediría si no fuera absolutamente necesario.
El caballo dio un respingo y puso cara de sorpresa.
– ¡¿Perdona?!… ¡¿Me lo estás diciendo en serio?!
El asno, ya medio mareado, pensó que estaba en medio de una pesadilla.
– ‘No, esto no puede ser real… ¡Seguro que estoy soñando y pronto despertaré!’
El sudor empezó a caerle a chorros por el pelaje y notó que sus grandes ojos almendrados empezaban a girar cada uno hacia un lado, completamente descontrolados. Segundos después todo se volvió borroso y se quedó prácticamente sin energía. Tuvo que hacer un esfuerzo descomunal para seguir pidiendo auxilio.
– Necesito que me ayudes porque yo… yo no puedo, amigo, no puedo continuar… Yo me… yo… ¡me voy a desmayar! El caballo resopló con fastidio.
– ¡Bah, venga, no te pongas dramático que tampoco es para tanto! Te recuerdo que eres más joven que yo y estás en plena forma. Además, para un día que me libro de cargar no voy a llevar parte de lo tuyo. ¡Sería un tonto redomado si lo hiciera!
Bajo el sol abrasador al pobre asno se le doblaron las patas como si fueran de gelatina.
– ¡Ayuda… ayuda… por favor!
Fueron sus últimas palabras antes de derrumbarse sobre la hierba.
El dueño, hasta ese momento ajeno a todo lo que ocurría tras de sí, escuchó el ruido sordo que hizo el animal al caer. Asustado se giró y vio al burro inmóvil, tirado con la panza hacia arriba y la lengua fuera.
– ¡Oh, no, mi querido burro se ha desplomado!… ¡Pobre animal! Tengo que llevarlo a la granja y avisar a un veterinario lo antes posible, pero ¿cómo puedo hacerlo?
Hecho un manojo de nervios miró a su alrededor y detuvo la mirada sobre el caballo.
– ¡Ahora que lo pienso te tengo a ti! Tú serás quien me ayude en esta difícil situación. ¡Venga, no perdamos tiempo, agáchate!
El desconcertado caballo obedeció y se tumbó en el suelo. Entonces, el hombre colocó sobre su lomo los dos sacos de harina, y seguidamente arrastró al burro para acomodarlo también sobre la montura. Cuando tuvo todo bien atado le dio unas palmaditas cariñosas en el cuello.
– ¡Ya puedes ponerte en pie!
El animal puso cara de pánico ante lo que se avecinaba.
– Sí, ya sé que es muchísimo peso para ti, pero si queremos salvar a nuestro amigo solo podemos hacerlo de esta manera. ¡Prometo que te recompensaré con una buena ración de forraje!
El caballo soltó un relincho que sonó a quejido, pero de nada sirvió. Le gustara o no, debía realizar la ruta de regreso a casa con un cargamento descomunal sobre la espalda.
Gracias a la rápida decisión del molinero llegaron a tiempo de que el veterinario pudiera reanimar al burro y dejarlo como nuevo en pocas horas. El caballo, por el contrario, se quedó tan hecho polvo, tan dolorido y tan débil, que tardó tres semanas en recuperarse. Un tiempo muy duro en el que también lo pasó mal a nivel emocional porque se sentía muy culpable. Tumbado sobre el heno del establo lloriqueaba y repetía sin parar:
– Por mi mal comportamiento casi pierdo al mejor amigo que tengo… ¿Cómo he podido portarme así con él?… ¡Tenía que haberle ayudado!… ¡Tenía que haberle ayudado desde el principio!
Por eso, cuando se reunieron de nuevo, con mucha humildad le pidió perdón y le prometió que jamás volvería a suceder. El burro, que era un buenazo y le quería con locura, aceptó las disculpas y lo abrazó más fuerte que nunca.
Moraleja: ‘Hoy por ti, mañana por mí’.