cuento de la guerra de los mil dias
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
un día de los tantos maravillosos que compartió con su abuelita. Magdalena falleció en 1990, ya contando cien años.
El 15 de mayo de 1903, en horas de la noche, estudiaba la niña de 13 años, Magdalena Herrera, interna única en el colegio capitalino de las Srtas. Rubiano, cuando fue interrumpida por Ema Pinillo, empleada de unos 17 años, blanca con los cachetes rosados, colombiana, quien le dijo: “oye, acaban de matar a un cholo de Coclé”. Magdalena saltó de su puesto, muy Fusilamiento de Victoriano Lorenzo en Las Bóvedas
La niña permaneció pensativa y con la mirada puesta en un punto lejano. Ema, observando que la niña estaba intranquila, se preocupó y le preguntó: “¿Y a ti, qué te pasa?” La niña le dijo “Si me prometes no decirle a las Srtas. Rubiano que no estudié, te cuento algo”. Ema, curiosa ante la reacción de la niña, accedió a callar y escuchó.
“Ese hombre” dijo Magdalena, “me sacó a mí, a mi madre, a mi tía, a mi abuelita nonagenaria y a mi hermanito Clodomiro de dos meses, a mis primas Inés y Amalia Herrera, y a la amiga Olivia Guardia, de nuestra casa de Penonomé porque la querían usar para cuartel.”
“Era en las horas de la tarde y yo estaba en la cocina siguiendo con interés los preparativos de la cena. Hacían un arroz en un pote de barro grande con brazos, sobre un fogón de barro. Había también plátano maduro, yuca y carne asada. Yo tenía mucha hambre.”
“En unas tres ocasiones, a horas tarde en la noche, ya se habían acercado a la casa tenientes liberales, diciendo que nos fuéramos, que querían la casa para cuartel. En cada ocasión, mi tía y madrina Juana de Dios, única mujer entre los hermanos Ángel María, Clodomiro y Antonio Herrera Hernández, salía a recibirlos y les decía que en la casa había una señora nonagenaria, de 92 años, que no caminaba, ni veía, ni oía bien, y que a esas horas no se le podía mudar.
Pero aquella tarde llegaron resueltos a mudarnos y así lo hicieron. Juana de Dios, era la más valiente de mis familiares adultas, ya que mi mamá Tomasa temblaba, pero no pudo disuadir a los soldados liberales. En corto tiempo nos encontrábamos todos en la calle.
Casa de Angel Maria Herrera en el barrio de San Antonio
Foto tomada por y propiedad de Norita P. Scott-Pezet
Imagínense ustedes el Penonomé de aquellos días. Nuestra casa se encontraba en el Barrio de San Antonio¹. Era una casa amplia. Mi padre, no sabiendo que tiempo se iban a ausentar, había dejado la bodega provista de una gran cantidad de comida. Había sacos de porotos, lenteja, arbejas, arroz, cebollas, latas de manteca, frutas y latas de mantequilla entre otras cosas.
En un lugar secreto, en un cuarto de la casa que daba a la calle había escondido dinero, en un hueco con la ayuda de José Ángel, el caballerizo. Pero cambiaron el escondite a casa de la familia Hassenffratt² que les guardaron el dinero hasta después de la guerra, cuando fue prudente devolvérselo a los Herrera. Como los Hassenffratt eran extranjeros no los molestaban en esta guerra.
Cuando los liberales comandados por Victoriano llegaron a nuestra casa esa tarde no tuvimos otra alternativa que irnos. ¿Pero para donde? ¿Y como?
Los parientes Adolfo y Amalia Quirós e hijos se habían ido para Aguadulce y sabíamos que allá podríamos alojarnos. ¿Pero como llevábamos a mi bisabuelita Magdalena³ y qué íbamos a comer?
Mi tía Juana de Dios trató de llevarse algunas cosas, pero los liberales no nos dejaban. Había una caja de leche condensada que era para el recién nacido y tampoco la querían dar. Pero gracias a la intervención de Alfredo Patiño de Antón y de Carlos George, parientes liberales, nos dejaron llevar la leche.
No olvidaré mientras viva la procesión por las calles de Penonomé. A mi bisabuelita nonagenaria, la cargaron en silla de manos. Al niñito Clodomiro lo llevaban en brazos. Inés Aminta, Amalia, Olivia y yo, caminábamos asustadas. Cuando pasamos frente a una casa apostada de soldados, nos gritaban “Que mueran los godos. A ese niñito que llevan, mañana lo vamos ahorcar en La Negrita, por que vamos a acabar con la semilla”.
Victoriano no fue sometido a juicio y pendían muchas acusaciones sobre su cabeza; que si había matado o habían matado por orden suya. Entre esas acusaciones hablaban de: la muerte del cura Russo de La Pintada; la de Leandra, una señora de Penonomé que ahorcaron en La Negrita; la de un primo de los Aguilera, el Sr. José Ramón Herrando, esposo de Sofía Ocaña, hermana de Doña Belermina Ocaña de Aguilera, en Río Grande, cuando dormía en una hamaca. Y la de Isaías Tejeira Pezunque portaba un salvoconducto – dicen que le dejaron la barriga como una coladera.
Por eso, queda pendiente aclarar lo que ocurrió con Victoriano entre el momento de sus triunfos respaldados y apoyados, y su trágico enfrentamiento ante un pelotón de fusilamiento”.
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Explicación: