Castellano, pregunta formulada por nely1069, hace 1 año

cuento de ciencia fiiccion
infantil

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Contestado por stidGm
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En los cinco años que van de 1944 a 1949 escribió cuatro novelas, cuatro obras de teatro, un libro de relatos, un reportaje sobre la Alemania de posguerra y cientos de artículos, crónicas y poemas. Fue un breve periodo de escritura, pero su

En pocos autores se da la combinación de sensibilidad exacerbada y capacidad de análisis que encontramos en él. Como cualquier gran escritor, el autor sueco es, ante todo, un punto de vista, pero se diría que él es algo más: un temperamento, una peculiar energía que amalgama valores aparentemente antagónicos como la fragilidad y el arrojo, el genio y la humildad, la pasión y la inteligencia.

En sus últimos años de vida escribió un breve texto titulado Nuestra necesidad de consuelo es insaciable especie de testamento literario en el que vuelca su angustia e insatisfacción, su adiós a la vida ante la imposibilidad del ser humano de ser feliz en el mundo moderno: “¿Dónde se encuentra ahora el bosque en el que el ser humano pueda probar que es posible vivir en libertad fuera de las formas congeladas de la sociedad?” . Al comienzo de este impresionante texto encontramos un párrafo que, desde su publicación, aparece ligado a su posteridad: “Estoy desprovisto de fe y no puedo, pues, ser dichoso, ya que un hombre dichoso nunca llegará a temer que su vida sea un errar sin sentido hacia una muerte cierta. No me ha sido dado en herencia ni un dios ni un punto firme en la tierra desde el cual poder llamar la atención de dios ni he heredado tampoco el furor disimulado del escéptico, ni la astucia del racionalista, ni el ardiente candor del ateo. Por eso no me atrevo a tirar la piedra a quien cree en cosas que yo dudo, ni a quien idolatra la duda como si esta no estuviera rodeada de tinieblas. Esta piedra me alcanzaría a mi mismo ya que de una cosa estoy convencido: la necesidad de consuelo que tiene el ser humano es insaciable”.

Stig Dagerman era delgado, tímido y nervioso. Pensaba que la vida era un “viaje imprevisible entre dos lugares inexistentes”’ y que el peor de los males era “tener miedo de los hombres y escribir por dinero”. El propio epitafio soñado por él rezaba así: “Aquí descansa un escritor sueco, cálido por nada, su crimen fue la inocencia, olvidadle pronto”.

M.D.R.

 

MATAR A UN NIÑO

(cuento)

Stig Dagerman (Suecia, 1923-1954)

Es un día suave y el sol está oblicuo sobre la llanura. Pronto sonarán las campanas, porque es domingo. Entre dos campos de centeno, dos jóvenes han hallado una senda por la que nunca fueron antes, y en los tres pueblos de la planicie resplandecen los vidrios de las ventanas. Algunos hombres se afeitan frente a los espejos en las mesas de las cocinas, las mujeres cortan pan para el café, canturreando, y los niños están sentados en el suelo, abrochándose la blusa. Es la mañana feliz de un día desgraciado, porque este día, en el tercer pueblo, un hombre feliz matará a un niño. Todavía el niño está sentado en el suelo y abrocha su camisa, y el hombre que se afeita dice que hoy darán un paseo en bote por el riachuelo, y la mujer canturrea y coloca el pan, recién cortado, en un plato azul. Ninguna sombra atraviesa la cocina y, sin embargo, el hombre que matará al niño está al lado del surtidor rojo de gasolina, en el primer pueblo. Es un hombre feliz que mira por el visor de una máquina de fotos y ve un pequeño coche azul y, a su lado, a una muchacha que ríe. Mientras la muchacha ríe y el hombre toma la hermosa fotografía, el vendedor de gasolina ajusta la tapa del depósito y les asegura que tendrán un bonito día. La muchacha se sienta en el coche y el hombre que matará al niño saca su billetera del bolsillo y comenta que viajarán hasta el mar, y en el mar pedirán prestado un bote y remarán lejos, muy lejos. A través de los vidrios bajados, la muchacha, en el asiento delantero, oye lo que él dice; cierra los ojos, ve el mar y al hombre junto a sí en el bote. No es ningún hombre malo, es alegre y feliz, y antes de entrar en el automóvil se detiene un instante frente al radiador que centellea al sol, y goza del brillo y del olor a gasolina y a ciruelo silvestre. No cae ninguna sombra sobre el coche y el refulgente parachoques no tiene ninguna abolladura y no está rojo de sangre.

 todavía no han podido beberse el café, que salen corriendo desde la verja y ven en el camino un espectáculo que jamás olvidarán.

que no hay ni una sola persona alegre. Todas las sombras son más oscuras,

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