Cuentan que en tiempos remotos, cuando los hombres entendían el lenguaje de los animales y el astuto coyote gris era un buen amigo del indio, sucedió esta historia...
En una tribu de pieles rojas, vivía un muchacho de piernas ágiles y robustas y de mirada penetrante. Durante los largos y tibios días de verano, el joven indio recorría los bosques, subía a los picos de las montañas y cruzaba los ríos junto con su inseparable coyote. Pero al llegar el invierno, el muchacho se refugiaba con su gente en el fondo oscuro de las cavernas, huyendo de la nieve y del frío enemigo.
Cada invierno, el joven piel roja miraba, pensativo, la angustia de su pueblo, miserable e indefenso bajo el cielo helado. Un día le dijo al coyote: - Tú no sientes los cuchillos del frío porque tienes la piel gruesa y cubierta de pelos, pero mi gente tiembla y muere de frío. Dime, ¿qué podría yo hacer para que mi pueblo no sufra tanto?
-Yo sé lo que tienes que hacer, pero es muy peligroso -contestó el animal.
-Dimelo. Yo puedo hacer todo, aun lo imposible. - Tendrás que ir a la montaña del fuego a recoger un poco de lumbre y traérsela a tu pueblo.
-Pero, ¿qué es el fuego, que es la lumbre? -preguntó el muchacho.
-El fuego es hermoso como una flor roja, pero no es una flor; corre por entre la hierba y la devora como si fuese una bestia, pero no es una bestia; es feroz y cruel, y, sin embargo, si se le hace una cama entre piedras y se le entregan ramas de árbol para alimentarlo, es un hermano bueno que acaricia el aire, las cosas y a los hombres, con grandes y brillantes lenguas calientes. Si consigues traerlo, tu pueblo podrá tener el calor guardado, como si tuviera en su poder un pedazo de sol.
-Si es verdad lo que dices, yo traeré ese fuego. Ayúdame -dijo el piel roja.
Antes de partir, el indio fue a pedir a los ancianos de la tribu cien jóvenes fuertes y de pies ligeros para que lo acompañaran. Después, guiados por el coyote, todos iniciaron la marcha hacia la montaña del fuego. La montaña era tan alta que llegaba hasta las nubes y tenía, en la cima, algo que parecía una gran sombrilla de humo espeso.
Cuando llegaron al pie de la montaña, el buen coyote le dijo al muchacho: -Espérame aquí y mantente alerta. Voy a traerte un pedazo de lumbre de la cima. Como llegaré rendido, tú deberás seguir corriendo, porque los espíritus del fuego te perseguirán para atraparte.
El coyote comenzó a subir por la ladera de la montaña, escondiéndose detrás de las piedras. Sin embargo, los espíritus del fuego lo descubrieron; pero al verlo tan flacucho y sucio, creyeron que era inofensivo. Cuando llegó la noche, mientras los espíritus danzaban entre inmensas llamas, el astuto coyote se apoderó de una gran rama encendida y huyó con ella rápidamente, montaña abajo. Las llamas corrieron tras él con ruido de furiosas fieras. El joven indio vio que el coyote descendía en la noche, como una estrella fugaz que huye en el cielo. Los espíritus del fuego lo seguían como un río de lumbres.
Se acercaba la chispa brillante... ¡Se acerca!... ¡Ya llega!...
Allá está. El valiente animal cae al suelo, anhelante, sin fuerzas. El muchacho recoge rápidamente la rama encendida y corre desesperadamente.
Los espíritus del fuego, convertidos en llamas, lo persiguen. Pero el muchacho, veloz como una flecha, llega al primer corredor, que aguarda con la mano en alto para recibir la antorcha. Así, la rama encendida pasa de mano en mano, sin detenerse. Los espíritus del fuego persiguen, furiosos, la llama que desaparece detrás de las montañas de nieve, que ellos ya no pueden franquear...
La luz siguió suspendida en el aire. Era amarilla y bella en el día, como un trozo de sol; era maravillosamente roja en la noche.
La rama encendida llegó hasta el último hombre y de él a la tribu. Allí, en medio de la caverna, los pieles rojas le hicieron una cama de piedras y la alimentaron, amorosamente, con ramas secas.
Desde entonces, la gente de la tribu nunca más tembló ni se murió de frío. Desde entonces, el noble muchacho indio fue conocido como el valeroso conquistador del fuego.
Desde entonces, el coyote lleva en su pelaje la marca de su acción generosa: conserva en sus flancos la piel amarillenta, tostada por el fuego, como recuerdo de su hazaña.
Leyenda de los pieles rojas de América del Norte.
Actividades
1. ¿Dónde y cuándo ocurren los hechos narrados en esta leyenda? ¿Cómo se describe el lugar y a los habitantes?
4. ¿Qué intentaban explicar los pieles rojas a partir de esta historia?
Respuestas a la pregunta
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Respuesta:
hola mi
Explicación:
como esta yo soy una persona aaaya
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