Cuánta preparación tenían los ejércitos de los caudilos
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La interpretación actualista y sicológica de Bunge
Carlos Octavio Bunge ha dado, en su libro Nuestra América, una interpretación actualista y sicológica del caudillaje. Si el deux ex machina de la vida criolla está para él en la pereza, en la tristeza y en la arrogancia, características españolas trasplantadas a América, el caudillaje es producto de la pereza. Entre indolentes fácilmente descuella el más activo, el que es más querido o temido, o el que conviene a los intereses privados de cada cual. Si los reyes mandaban por derecho divino, el caudillo manda —según Bunge— por derecho humano, por la voluntad de hombres sin voluntad. Y manda irresponsablemente. La política criolla defínese como el tejemaneje de los caciques hispanoamericanos entre sí y para con sus camarillas políticas; política de mala fe que se disfraza con frases huecas. Bunge agrega que el caudillaje fue inicialmente pacífico, como hijo de la pereza; pero que se deformó a veces convirtiéndose en gobierno de sangre y rapiña a causa de la herencia arrogante de la raza conquistadora y de la crueldad indígena que dan lugar a la crueldad criolla, hija, no como la española, de la arrogancia, sino de la tristeza. Bunge cree, así mismo, que el caudillaje no es un fenómeno aislado; hay un engranaje de cacicazgos, una superposición de feudos pequeños y grandes en que el grande devora al chico. Y asigna dos caracteres fundamentales al caudillaje: es consuetudinario y es tácito: arraiga en las costumbres y no está en las leyes, está en el clima, en la sangre, en la indolencia nacional. Régimen oligárquico es el suyo; o es engendrado por una oligarquía o la engendra creándose así tres entidades: el cacique, el núcleo oligárquico de sus privados o parientes y el pueblo. Por último Bunge establece tres etapas en el proceso de cada caudillo: la etapa de la fascinación, correspondiente a la conquista de la popularidad y del encumbramiento, la etapa de la fuerza, cuando se produce la consolidación de su auge, y la etapa de la paz, cuando llega el apogeo de la dictadura a lo cual siguen o la apoteosis o la caída.
La descripción de Ayarragaray
Lucas Ayarragaray, argentino como Bunge, en su libro La anarquía argentina y el caudillismo ha estudiado el caudillismo desde un punto de vista circunscrito, histórica y geográficamente, mirándolo a través de la anarquía que después de la Emancipación se produjo en la Argentina. Más que una labor interpretativa la labor de Ayarragaray es descriptiva. Concede también predominante importancia a la herencia española: considera que antes de la Emancipación ya había predisposición a la anarquía por la desorganización política y el espíritu caudillista: símbolos de ella ven en las rebeliones coloniales, en el encomendero, en el conquistador. La anarquía y el caudillismo venían, pues, de la historia y frente a su fuerza auténtica estaban la impostura de los partidos y la ingenuidad de los teóricos. El espíritu faccioso de España brotó a principios del siglo xix —dice Ayarragaray— cuando la invasión napoleónica rompió con el secular principio de autoridad; idéntico espíritu trasplantado a América brotó en igual fecha cuando la Revolución rompió, así mismo, el principio de autoridad. Pero, también otorga alguna importancia al mestizaje: la fórmula de las luchas políticas en aquellos tiempos sería la de la lucha entre los criollos mestizos superiores o depurados contra la plebe híbrida del suburbio y de la campiña. Además, la falsa cultura de los unos y la crasa ignorancia de los otros permitió adoptar instituciones inadecuadas haciendo fracasar las primeras tentativas de organización; y las muchedumbres requirieron, para sus ímpetus levantiscos, al caudillo no a la abstracción. Los acaudalados de las ciudades, a su vez, favorecen los gobiernos que traen el orden; los pequeños artesanos suelen unirse a ellos contra la acción tumultuaria y caótica de la anarquía que viene de la pampa. En el fortín, en medio de la campiña bárbara, surge la montonera; cada campanario con su facción, cada facción con su caudillo. La irrupción del mestizaje rural completó la subversión definitiva de la vida política y sus montoneras propiciaron la consolidación del caudillaje, elemental, faccioso, violento, cuya última evolución es el caudillaje manso, hecho a base no de la guerra, sino de la intriga, de las maquinaciones naturales en posteriores épocas materialistas.
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