cuandofue creado el cuento los Carneros y el gallo
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Una mañana de primavera todos los miembros de un rebaño se despertaron sobresaltados a causa de unos sonidos fuertes y secos que provenían del exterior del establo. Salieron en tropel a ver qué sucedía y se toparon con una pelea en la que dos carneros situados frente a frente estaban haciendo chocar sus duras cornamentas.
Un gracioso corderito muy fanático de los chismes fue el primero en enterarse de los motivos y corrió a informar al grupo. Según sus fuentes, que eran totalmente fiables, se estaban disputando el amor de una oveja muy linda que les había robado el corazón.
– Por lo visto está coladita por los dos, y como no sabía a cuál elegir, anoche declaró que se casaría con el más forzudo. El resto de la historia os la podéis imaginar: los carneros se enteraron, quedaron para retarse antes del amanecer y… bueno, ahí tenéis a los amigos, ahora rivales, enzarzados en un combate.
El jefe del rebaño, un carnero maduro e inteligente al que nadie se atrevía a cuestionar, exclamó:
– ¡Serenaos! No es más que una de las muchas peloteras románticas que se forman todos los años en esta granja. Sí, se pelean por una chica, pero ya sabemos que no se hacen daño y que gane quien gane seguirán siendo colegas. ¡Nos quedaremos a ver el desenlace!
Los carneros, ovejas y corderos enmudecieron y se hizo un silencio sobrecogedor. Sus caras de indignación hablaban por sí solas. El jefe de clan pensó que, definitivamente, se había pasado de la raya. En nombre de la comunidad, tomó la palabra.
– ¡Un poco de respeto, por favor!… ¡¿Acaso no sabes comportarte?!
– ¿Yo? ¿Qué si sé comportarme yo?… ¡Solo estoy diciendo la verdad! Esa oveja es idéntica a las demás, ni más fea, ni más guapa, ni más blanca… ¡No sé por qué pierden el tiempo luchando por ella habiendo tantas para escoger!
– ¡Cállate mentecato, ya está bien de decir tonterías!
El gallo puso cara de sorpresa y respondió con chulería:
– ¡¿Qué me calle?!… ¡Porque tú lo digas!
El jefe intentó no perder los nervios. Por nada del mundo quería que se calentaran los ánimos y se montara una bronca descomunal.
– A ver, vamos a calmarnos un poco los dos. Tú vienes de lejos, ¿verdad?
– Sí, soy forastero, estoy de viaje. Venía por el camino de tierra que rodea el trigal y al pasar por delante de la valla escuché jaleo y me metí a curiosear.
– Entiendo entonces que como vives en otras tierras es la primera vez que estás en compañía de individuos de nuestra especie… ¿Me equivoco?
El gallo, desconcertado, respondió:
– No, no te equivocas, pero… ¿eso qué tiene que ver?
– Te lo explicaré con claridad: tú no tienes ningún derecho a entrometerte en nuestra comunidad y burlarte de nuestro comportamiento por la sencilla razón de que no nos conoces.
– ¡Pero es que a mí me gusta decir lo que pienso!
– Vale, eso está muy bien y por supuesto es respetable, pero antes de dar tu opinión deberías saber cómo somos y cuál es nuestra forma de relacionarnos.
– ¿Ah, sí? ¿Y cuál es, si se puede saber?
– Bueno, pues un ejemplo es lo que acabas de presenciar. En nuestra especie, al igual que en muchas otras, las peleas entre machos de un mismo rebaño son habituales en época de celo porque es cuando toca elegir pareja. Somos animales pacíficos y de muy buen carácter, pero ese ritual forma parte de nuestra forma de ser, de nuestra naturaleza.
– Pero…
– ¡No hay pero que valga! Debes comprender que para nosotros estas conductas son completamente normales. ¡No podemos luchar contra miles de años de evolución y eso hay que respetarlo!
El gallo empezó a sentir el calor que la vergüenza producía en su rostro. Para que nadie se diera cuenta del sonrojo, bajó la cabeza y clavó la mirada en el suelo.
– Tú sabrás mucho sobre gallos, gallinas, polluelos, nidos y huevos, pero del resto no tienes ni idea ¡Vete con los tuyos y deja que resolvamos las cosas a nuestra manera!
El gallo tuvo que admitir que se había pasado de listillo y sobre todo, de grosero, así que si no quería salir mal parado debía largarse cuanto antes. Echó un último vistazo a los carneros, que ahí seguían a lo suyo, peleándose por el amor de la misma hembra, y sin ni siquiera decir adiós se fue para nunca más volver.
Moraleja: Todos tenemos derecho a expresar nuestros pensamientos con libertad, claro que sí, pero a la hora de dar nuestra opinión es importante hacerlo con sensatez. Uno no debe juzgar cosas que no conoce y mucho menos si es para ofender o despreciar a los demás.
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