¿Cuándo la Ciudad de Buenos Aires dejó de pertenecer a la provincia homónima y pasó a ser la Capital del Estado Argentino, constituyendo otra unidad política administrativa? ¿Qué consecuencias generó este hecho?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Explicación:
Tras el derrocamiento del gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas por parte del gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza al mando del Ejército Grande, las fuerzas provinciales se instalaron en Buenos Aires. El triunfo militar de Urquiza cristalizó con la organización del país por medio de una constitución federal para la Confederación Argentina. Entre las imposiciones que se realizaban a Buenos Aires estaba nacionalizar los ingresos aduaneros de su puerto y federalizar su ciudad capital, Buenos Aires, que pasaría a ser capital de la Confederación. Esto no fue de agrado de los porteños, que experimentaban una prosperidad muy superior al resto de las provincias gracias a los ingresos de la Aduana. Así, algunos grupos de políticos apoyaron la exclusión de Buenos Aires de la Confederación constitucional, recién creada.
La revolución del 11 de septiembre de 1852 tomó el poder, excluyendo a los partidarios y representantes del general Urquiza; este se negó a aplastarla, por considerar que gozaba de apoyo popular. Sólo después de que perdiera la posibilidad de derrotarlos, Urquiza supo que el Estado de Buenos Aires declaraba no reconocer ninguna autoridad nacional exterior a sí misma.
La contrarrevolución de diciembre de ese año, dirigida por el coronel Hilario Lagos, convenció a Urquiza de intentar nuevamente la reunificación del país por la fuerza, máxime cuando el ejército porteño fue derrotado en la batalla de San Gregorio y Lagos impuso un sitio a la ciudad de Buenos Aires. No obstante la presencia de tropas de Urquiza entre los sitiadores y el bloqueo naval de la ciudad, la superioridad financiera y económica del gobierno porteño obligó a Lagos y Urquiza a levantar el sitio a mediados del año siguiente.
Varias sucesivas invasiones de jefes porteños emigrados — como Jerónimo Costa, José María Flores y el propio Lagos — fueron fácilmente vencidas, y no alteraron el desarrollo político y económico del Estado.