Cuando el cid inicia su destierro
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La historia de este caballero cambió bruscamente cuando, tras el cerco de Zamora, el rey Sancho II perdió la vida frente a las murallas de esa ciudad, y Rodrigo Díaz de Vivar no dudó en prestar juramento al hermano de éste, Alfonso VI, de no haber participado en dicha muerte, como requisito para alcanzar la corona de Castilla. Esta circunstancia fue creando una cierta animosidad contra el adalid burgalés, pero el rey intentó atraérselo entregándole como esposa a una prima suya, Jimena Díaz.
Alfonso VI, tras la conquista de Toledo el 25 de mayo de 1085, se autoproclama imperator toletanus, como restaurador de la España visigoda. A partir de entonces, el monarca castellano no sólo sitúa en Toledo de nuevo la sede metropolitana, sino que implantó en todos sus dominios la liturgia y el rito romanos, reemplazando al tradicional mozárabe.
Al Cid, a pesar de sus espectaculares victorias, desterrado en dos ocasiones, se le miraba como símbolo de casticismo popular en clara oposición al afrancesamiento señorial de la Corte, consecuencia de la boda del monarca castellano, en segundo enlace, con Constanza de Borgoña. Lo confirma el hecho de que a los nobles franceses Raimundo y Enrique de Borgoña, el monarca castellano los casa con dos de sus hijas; al primero le concedió el condado de Galicia y al segundo el de Portugal, en calidad de feudos de la corona. Paralelamente a la potenciación del afrancesamiento por parte de la corte castellana, incentivado por Constanza, Alfonso VI logra sacar de la ciudad de Sevilla los restos de San Isidoro, símbolo de las grandezas visigodas de Hispania, para sepultarlos en el homónimo templo que ya estaba construyéndose en la ciudad de León. El respeto, sin embargo, por parte del monarca castellano hacia las culturas de la España medieval, se puso de manifiesto al contraer por séptimo y último enlace matrimonio con la bella hispano-musulmana Zaida, de Sevilla.
La invasión almorávide, y la derrota de Alfonso VI en 1086 en az-Zallaqa (Sagradas, cerca de Badajoz; batalla de Zalaca en las crónicas cristianas), ante el poderoso ejército de Yusuf ibn Tasufin (1090-1106), facilitaron la reconciliación del monarca castellano con don Rodrigo; sin embargo, se producirían nuevos destierros, por pequeños incidentes.
En la ciudad de Valencia, un levantamiento popular destronó y dio muerte a Alcádir, amigo personal del Cid, motivando la toma de la capital levantina por don Rodrigo, tras un largo asedio iniciado en junio de 1093 y culminado en enero de 1094; con ello, impidió el Cid la expansión almorávide hacia el nordeste peninsular. El Campeador, tras haber ejercido como primer alcaide cristiano de las villas de Berlanga de Duero, Gormaz y Langa de Duero –todas ellas, al sur de la provincia de Soria–, vivió como soberano en su querida ciudad de Valencia, aunque reconociéndose su vasallaje a Castilla. A su muerte (1099), a doña Jimena, su viuda, le ocupó la responsabilidad de gobernar la capital levantina, y, ante el feroz ataque de los almorávides, no dudó en solicitar ayuda a Alfonso VI, para poder romper el asedio; pero fue imposible, y la plaza, después de tres años de dura resistencia, tuvo que abandonarse, ordenando el monarca castellano evacuar Valencia, al tiempo que el cadáver del Cid fue trasladado al monasterio cisterciense de San Pedro de Cardeña. Sus restos mortales descansan actualmente en el interior de la Catedral de Burgos.
El Cid tuvo tres hijos: don Diego, el único hijo varón, que murió luchando ante las murallas de la ciudad manchega de Consuegra (Toledo), y doña Elvira y doña Sol, casadas en primeras nupcias con los condes de Carrión; pero no tuvieron mucha suerte con aquellos enlaces, como veremos a continuación; y después del reto acordado en la Corte celebrada en la ciudad de Toledo, las hijas del Cid recuperan la honra al casarse, en segundas nupcias, con los infantes de Navarra y Cataluña, el monarca navarro Ramiro, hijo de Sancho Garcés IV, el de Peñalén (1054-1076), y el conde de Barcelona Ramón Berenguer III (1096-1131), respectivamente; dedicados ambos a la expansión ultra pirenaica; éste último se hizo caballero templario.
Hasta aquí, la historia, confirmada por las fuentes escritas de las crónicas de la época. Pero en el Cid, como personaje emblemático de la mitología medieval hispana, gravita también la leyenda, basada en gran parte en el anónimo Cantar de Mio Cid y parte de la cual está relacionada con los caminos del Destierro de don Rodrigo.
Alfonso VI, tras la conquista de Toledo el 25 de mayo de 1085, se autoproclama imperator toletanus, como restaurador de la España visigoda. A partir de entonces, el monarca castellano no sólo sitúa en Toledo de nuevo la sede metropolitana, sino que implantó en todos sus dominios la liturgia y el rito romanos, reemplazando al tradicional mozárabe.
Al Cid, a pesar de sus espectaculares victorias, desterrado en dos ocasiones, se le miraba como símbolo de casticismo popular en clara oposición al afrancesamiento señorial de la Corte, consecuencia de la boda del monarca castellano, en segundo enlace, con Constanza de Borgoña. Lo confirma el hecho de que a los nobles franceses Raimundo y Enrique de Borgoña, el monarca castellano los casa con dos de sus hijas; al primero le concedió el condado de Galicia y al segundo el de Portugal, en calidad de feudos de la corona. Paralelamente a la potenciación del afrancesamiento por parte de la corte castellana, incentivado por Constanza, Alfonso VI logra sacar de la ciudad de Sevilla los restos de San Isidoro, símbolo de las grandezas visigodas de Hispania, para sepultarlos en el homónimo templo que ya estaba construyéndose en la ciudad de León. El respeto, sin embargo, por parte del monarca castellano hacia las culturas de la España medieval, se puso de manifiesto al contraer por séptimo y último enlace matrimonio con la bella hispano-musulmana Zaida, de Sevilla.
La invasión almorávide, y la derrota de Alfonso VI en 1086 en az-Zallaqa (Sagradas, cerca de Badajoz; batalla de Zalaca en las crónicas cristianas), ante el poderoso ejército de Yusuf ibn Tasufin (1090-1106), facilitaron la reconciliación del monarca castellano con don Rodrigo; sin embargo, se producirían nuevos destierros, por pequeños incidentes.
En la ciudad de Valencia, un levantamiento popular destronó y dio muerte a Alcádir, amigo personal del Cid, motivando la toma de la capital levantina por don Rodrigo, tras un largo asedio iniciado en junio de 1093 y culminado en enero de 1094; con ello, impidió el Cid la expansión almorávide hacia el nordeste peninsular. El Campeador, tras haber ejercido como primer alcaide cristiano de las villas de Berlanga de Duero, Gormaz y Langa de Duero –todas ellas, al sur de la provincia de Soria–, vivió como soberano en su querida ciudad de Valencia, aunque reconociéndose su vasallaje a Castilla. A su muerte (1099), a doña Jimena, su viuda, le ocupó la responsabilidad de gobernar la capital levantina, y, ante el feroz ataque de los almorávides, no dudó en solicitar ayuda a Alfonso VI, para poder romper el asedio; pero fue imposible, y la plaza, después de tres años de dura resistencia, tuvo que abandonarse, ordenando el monarca castellano evacuar Valencia, al tiempo que el cadáver del Cid fue trasladado al monasterio cisterciense de San Pedro de Cardeña. Sus restos mortales descansan actualmente en el interior de la Catedral de Burgos.
El Cid tuvo tres hijos: don Diego, el único hijo varón, que murió luchando ante las murallas de la ciudad manchega de Consuegra (Toledo), y doña Elvira y doña Sol, casadas en primeras nupcias con los condes de Carrión; pero no tuvieron mucha suerte con aquellos enlaces, como veremos a continuación; y después del reto acordado en la Corte celebrada en la ciudad de Toledo, las hijas del Cid recuperan la honra al casarse, en segundas nupcias, con los infantes de Navarra y Cataluña, el monarca navarro Ramiro, hijo de Sancho Garcés IV, el de Peñalén (1054-1076), y el conde de Barcelona Ramón Berenguer III (1096-1131), respectivamente; dedicados ambos a la expansión ultra pirenaica; éste último se hizo caballero templario.
Hasta aquí, la historia, confirmada por las fuentes escritas de las crónicas de la época. Pero en el Cid, como personaje emblemático de la mitología medieval hispana, gravita también la leyenda, basada en gran parte en el anónimo Cantar de Mio Cid y parte de la cual está relacionada con los caminos del Destierro de don Rodrigo.
glendysmarialy:
mas corta seria mejor :)
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