cuáles son los límites en qué se desarrollan todos los relatos?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Se escriben pocas novelas cortas, pocos cuentos. Al menos en España. Pero no es sólo en nuestro país donde los escritores parecen no tener idea clara de lo que el cuento y la novela corta deben de ser. Leslie A. Fiedler, reseñando en el último número de Kenyon Review (Invierno, 1951) la publicación en los Estados Unidos de varios volúmenes dedicados a narraciones breves, señala cómo la incertidumbre respecto a las fronteras del género permitió que en estos libros se incluyeran textos de muy distinto perfil, desde el ensayo ligeramente romanceado al fragmento de prosa lírica.
Esta indeterminación de los géneros no es en sí misma reprobable y tiene ilustres antecedentes. Fiedler menciona a Poe y nosotros podríamos recordar algunas narraciones de Pereda, para no remontarnos a los insignes ejemplos de nuestra novelística del Siglo de Oro. Sin embargo, los extremos observables en el cuento han producido dañosa desorientación y confusión en los espíritus. Quien escribe un cuento -dice la doctrina- debe de considerarse obligado ante todo a contar, eludiendo las digresiones y evitando el puro divagar poemático. Bien está que la prosa se alce en sus momentos hasta el lirismo, pero si no quiere perder eficacia narrativa tendrá que supeditar el vuelo del lenguaje a las necesidades de la ficción.
Fragmentos autobiográficos, análisis de sensaciones, reportajes y quien sabe cuantas mixturas a base de estos y otros ingredientes, caben en el cuento, tal como hoy se escribe. Fiedler señala la progresiva decadencia del «plan», elemento antes primordial. Plan, asunto, anécdota o como se prefiera llamarlo, tiende a desaparecer o por lo menos a diluirse mucho, en toda la literatura narrativa, y especialmente era «el cuento». La invasión del Yo ha dado a esta clase de obras un signo eminentemente subjetivo, en cuya virtud lo importante no es ya lo que pasa sino el sujeto a quien le acontece rememorar sus impresiones de algo que sería trivial de no haberle ocurrido a él. Para devolver a la narración su interés acaso convenga pensar en reducir sus límites, aceptando lo que sin duda es una convención, pero convención útil para los escritores de talento (el genio establece en cada caso sus propias leyes) deseosos de conquistar un público y conservarlo. Que sus relatos procuren ante todo interesar por «el cuento», por el modo de narrar, y no por la brillantez de las ideas discutidas.
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