¿Cuáles son las clases sociales en la dictadura?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
En las dos últimas décadas los discursos sociales que circulan en los medios de comunicación revelan que la sociedad civil argentina se cuestiona cuál fue su responsabilidad
durante la dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1983, y si facilitó o fue cómplice de las atrocidades que dicho régimen cometió. Durante las primeras décadas de la
posdictadura predominaba la teoría de “los dos demonios” para explicar el reciente pasado
traumático. Según esta hubo una guerra entre la guerrilla y el gobierno militar. Desde esta
visión, la sociedad civil fue espectadora pasiva de un enfrentamiento del que estuvo distanciada. El énfasis, entonces, estaba puesto en los protagonistas de ese enfrentamiento, concebidos como víctimas y victimarios. A partir de la derogación en el año 2003 de las leyes
de Obediencia Debida y Punto Final que limitaban la búsqueda de justicia y el fin de la
impunidad para los violadores de los derechos humanos, comienza una etapa en la cual se
juzga a decenas de militares acusados de torturar, asesinar y robar hijos de desaparecidas1
.
Es entonces cuando la sociedad toma conciencia de la complicidad necesaria de jueces,
médicos, empresarios, periodistas y otros civiles para llevar a cabo la desaparición y muerte
de treinta mil personas, así como la apropiación ilegal de aproximadamente quinientos
recién nacidos. Desde entonces el foco de atención comienza a desplazarse a la sociedad
civil no vinculada a la militancia política y a su rol durante la dictadura militar2
.
La ficción literaria se ha hecho eco de esta preocupación por la complicidad o colaboración de la sociedad civil con la dictadura, concentrándose especialmente en el rol de
las clases medias. Las novelas El secreto y las voces de Carlos Gamerro (2002), El colectivo
de Eugenia Almeida (2009) y Lo que nosotras sabíamos de María Inés Krimer (2009) constituyen una crítica a los supuestos prejuicios, mezquindad, conformismo y cobardía de
las clases medias que habrían facilitado o apoyado el terrorismo de Estado. Vale la pena
tener en cuenta que desde los años sesenta la clase media argentina ha sido objeto de juicios negativos por parte de intelectuales, artistas y periodistas. Como explica Ezequiel
Adamovsky en su estudio Historia de la clase media argentina, “clase media” es una identidad que representa a los sectores constituidos por una variedad de grupos sociales que
no son trabajadores manuales ni ricos (13). Por ser “confusa, amorfa e imprecisa, la clase
media siempre fue una categoría problemática” para las ciencias sociales (Oliven 202). Por
eso en la actualidad se prefiere el uso del término “identidad social”, pues a diferencia de la
categoría “clase social”, enfatiza la constitución de actores sociales, la cultura y el reconocimiento de las diferencias (Oliven 202). Como afirma Oliven:
Más que una posición en la estructura social, “clase media” pasó a ser una identidad que se constituyó al mismo tiempo en una aspiración. Ser de clase media
significa dejar de ser “clase baja”, de ahí la importancia que los padres atribuyen
a la educación de los hijos. Ser de clase media implica también una constante
angustia ante la posibilidad de descender socialmente … Se trata, pues, de un
concepto relacional: yo soy de clase media, usted es de clase baja… (203-4)
Esta identidad, al menos en el caso argentino, se apoya, además, en distinciones culturales y
étnicas (115). De acuerdo con Adamovsky, hasta la década de 1930 en Argentina no existía todavía una identidad sólida de clase media.A partir de entonces se producen luchas
obreras que motivan la apelación a los sectores medios de la sociedad para ser sostén del
orden establecido. Así, estos sectores aparecen asociados insistentemente a la moderación
y el equilibrio (Adamovsky 214). Es recién en la década de 1940, con el surgimiento del
antiperonismo, cuando se afianza una robusta identidad de clase media en Argentina.
Como nos recuerda Adamovsky, mediante el peronismo las clases populares
argentinas se habían convertido en un sujeto político unificado con un lugar de influencia en las políticas de estado (254). Además, los pilares que definían el lugar de cada
uno en la sociedad se habían visto profundamente sacudidos (266). Las clases humildes
peronistas afirmaban su cultura y su identidad “en la Argentina blanca y europea que
pretendía seguir excluyéndolos” (270). También desafiaban las normas de respetabilidad y “decencia” que la cultura dominante venía inculcando desde hacía décadas (267).
Explicación:
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