Cuales fueron los echos dados en el Islam
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Primer hecho. El movimiento político islamista es muy complejo y diverso. Abarca una amplia gama de fuerzas mayoritarias, ilustradas y militantes. Los islamistas mayoritarios, es decir, los Hermanos Musulmanes y otros activistas, representan la abrumadora mayoría de los grupos de orientación religiosa (por encima del percentil 90, mientras que los militantes o yihadistas son una minoría muy pequeña, aunque crucial); aceptan las reglas del juego político, abrazan los principios democráticos y se oponen a la violencia. En las décadas de 1940, 1950 y 1960, los Hermanos Musulmanes - de todos los islamistas, los organizados de modo más poderoso, con secciones locales en el Oriente Medio y central árabe y en el sur y el Sudeste Asiático- mantuvieron escarceos con la violencia; sin embargo, desde principios de la década de 1970 se han desplazado cada vez más hacia el centro político y ahora pretenden islamizar el Estado y la sociedad con medios pacíficos. Aunque a menudo atacados y excluidos de la política por parte de los autócratas gobernantes, los Hermanos Musulmanes ya no utilizan la fuerza ni la amenaza de la fuerza para alcanzar sus objetivos.
Segundo hecho. Los islamistas mayoritarios e ilustrados desempeñan un papel activo a la hora de ampliar el debate político en las sociedades musulmanas. Han obligado a las dictaduras laicas existentes (como en Egipto, Túnez, Marruecos, Argelia, Turquía, Jordania e incluso Arabia Saudí) a responder a su desafío con una apertura del sistema político cerrado y una reforma de las instituciones gubernamentales. Sin semejante presión, los gobernantes autoritarios árabes no habrían tenido incentivo alguno para responder a las exigencias de inclusión y transparencia. Los islamistas, históricamente detractores de la democracia de corte occidental, han sido heraldos involuntarios de una transformación democrática.
Han formado alianzas con antiguos enemigos políticos acérrimos (entre ellos, los laicistas y los marxistas) para reclamar a los gobiernos respeto a los derechos humanos y al imperio de la ley. Los islamistas mayoritarios o tradicionales no son demócratas renacidos ni lo serán nunca. Son profundamente patriarcales; se ven a sí mismos como guardianes de la fe, la tradición y la autenticidad. En Kuwait y Arabia Saudí, los islamistas se oponen con rotundidad a los intentos de conseguir que las mujeres puedan votar o conducir coches. En Egipto, Marruecos, Jordania, Túnez, Argelia, Pakistán y otros países musulmanes, denuncian toda legislación que permita a las mujeres divorciarse de maridos maltratadores, viajar sin permiso masculino o lograr una representación plena en los parlamentos y las burocracias estatales. No obstante, muchos islamistas se están iniciando poco a poco en la cultura del realismo político y el arte de lo posible. Están aprendiendo a alcanzar compromisos con grupos laicos y a reconsiderar sus posiciones absolutistas. Los acontecimientos los han obligado a enfrentarse a la complejidad y la diversidad de las sociedades musulmanas. Reconocen cada vez más la primacía de la política sobre la religión, así como la dificultad e incluso la futilidad de establecer estados islámicos (en particular, de corte autoritario).
Tercer hecho. Entre los observadores occidentales existe la tendencia a subrayar el factor islámico en la política musulmana. La mayoría de los gobiernos musulmanes son laicos y hostiles al islam político y los islamistas. Los gobiernos que se proclaman islámicos, como Irán, Sudán y, tiempo atrás, Afganistán bajo los talibanes, aunque plenamente ataviados con ropajes islámicos, tienen muchas cosas en común con sus equivalentes autoritarios laicos. No hay nada que sea específicamente islámico en su modo interno de gobernar, salvo la retórica y el simbolismo. No han ofrecido un modelo original de gobierno islámico.
Cuarto hecho. Nada más producirse el 11-S, los principales islamistas de las corrientes mayoritarias (como el jefe del antiguo Frente Nacional Islámico sudanés y hoy Congreso Nacional del Pueblo, Hassan Al Turabi, quien a principios de la década de 1990 ofreció cobijo a Bin Laden y sus secuaces, y como Mohamed Hussein Fadlallah, fundador espiritual del Hezbollah libanés) condenaron los atentados de Al Qaeda en Estados Unidos por considerarlos perjudiciales para el islam y los musulmanes, así como injustos para los estadounidenses, y rechazaron la pretensión de Bin Laden de obtener una sanción religiosa para los atentados.
Segundo hecho. Los islamistas mayoritarios e ilustrados desempeñan un papel activo a la hora de ampliar el debate político en las sociedades musulmanas. Han obligado a las dictaduras laicas existentes (como en Egipto, Túnez, Marruecos, Argelia, Turquía, Jordania e incluso Arabia Saudí) a responder a su desafío con una apertura del sistema político cerrado y una reforma de las instituciones gubernamentales. Sin semejante presión, los gobernantes autoritarios árabes no habrían tenido incentivo alguno para responder a las exigencias de inclusión y transparencia. Los islamistas, históricamente detractores de la democracia de corte occidental, han sido heraldos involuntarios de una transformación democrática.
Han formado alianzas con antiguos enemigos políticos acérrimos (entre ellos, los laicistas y los marxistas) para reclamar a los gobiernos respeto a los derechos humanos y al imperio de la ley. Los islamistas mayoritarios o tradicionales no son demócratas renacidos ni lo serán nunca. Son profundamente patriarcales; se ven a sí mismos como guardianes de la fe, la tradición y la autenticidad. En Kuwait y Arabia Saudí, los islamistas se oponen con rotundidad a los intentos de conseguir que las mujeres puedan votar o conducir coches. En Egipto, Marruecos, Jordania, Túnez, Argelia, Pakistán y otros países musulmanes, denuncian toda legislación que permita a las mujeres divorciarse de maridos maltratadores, viajar sin permiso masculino o lograr una representación plena en los parlamentos y las burocracias estatales. No obstante, muchos islamistas se están iniciando poco a poco en la cultura del realismo político y el arte de lo posible. Están aprendiendo a alcanzar compromisos con grupos laicos y a reconsiderar sus posiciones absolutistas. Los acontecimientos los han obligado a enfrentarse a la complejidad y la diversidad de las sociedades musulmanas. Reconocen cada vez más la primacía de la política sobre la religión, así como la dificultad e incluso la futilidad de establecer estados islámicos (en particular, de corte autoritario).
Tercer hecho. Entre los observadores occidentales existe la tendencia a subrayar el factor islámico en la política musulmana. La mayoría de los gobiernos musulmanes son laicos y hostiles al islam político y los islamistas. Los gobiernos que se proclaman islámicos, como Irán, Sudán y, tiempo atrás, Afganistán bajo los talibanes, aunque plenamente ataviados con ropajes islámicos, tienen muchas cosas en común con sus equivalentes autoritarios laicos. No hay nada que sea específicamente islámico en su modo interno de gobernar, salvo la retórica y el simbolismo. No han ofrecido un modelo original de gobierno islámico.
Cuarto hecho. Nada más producirse el 11-S, los principales islamistas de las corrientes mayoritarias (como el jefe del antiguo Frente Nacional Islámico sudanés y hoy Congreso Nacional del Pueblo, Hassan Al Turabi, quien a principios de la década de 1990 ofreció cobijo a Bin Laden y sus secuaces, y como Mohamed Hussein Fadlallah, fundador espiritual del Hezbollah libanés) condenaron los atentados de Al Qaeda en Estados Unidos por considerarlos perjudiciales para el islam y los musulmanes, así como injustos para los estadounidenses, y rechazaron la pretensión de Bin Laden de obtener una sanción religiosa para los atentados.
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