¿Cuáles fueron las transformaciones del sistema político en Colombia?
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Desde los orígenes del país, el sistema político colombiano se ha caracterizado por la coexistencia de elementos tradicionales y modernos. Además, la violencia es una constante en la historia política colombiana, desde las guerras civiles del siglo XIX hasta el conflicto actual con las organizaciones armadas. Partiendo de estos antecedentes, el artículo analiza la particular coyuntura política que atraviesa el país, marcada por el fin del periodo uribista y el comienzo del gobierno de Juan Manuel Santos: las perspectivas, hasta ahora, son más positivas que negativas.

Algunos elementos históricos
El sistema político en Colombia está caracterizado por una coexistencia, por momentos incómoda y en otros funcional, entre elementos tradicionales y elementos que se consideran modernos. Lo anterior no implica propiamente que se presente una tensión o contradicción entre tradición y modernidad, sino más bien un recurrente proceso de acomodación de elementos modernos en el seno de prácticas tradicionales.
Así fue desde sus orígenes, en la posindependencia española. Se comenzó adoptando como modelo de organización jurídico-política las constituciones surgidas de las revoluciones burguesas de Francia y Estados Unidos, que incluían la soberanía popular, la democracia representativa, el Estado centralizado, entre otros desarrollos normativos, pero aplicados a sociedades agrarias, tradicionales y estructuradas con el modelo hacendatario de organización social. Como señala Fernando Guillén: «La Hacienda es un modelo social integrador condicionante de todas las articulaciones del poder, cuyos valores se proyectan sobre las instituciones de la sociedad global (...) El modelo de las relaciones interpersonales de mando, obediencia y lealtad (...) La Hacienda resultaría ser uno de los ‘sistemas integradores claves’ de la estructura del poder social»1.
Posteriormente, el surgimiento de los partidos políticos también correspondió a lo que se podría considerar una idea moderna: la posibilidad de los ciudadanos y del pueblo –en el sentido moderno de este último término–, libres de ataduras de todo tipo, de organizarse racionalmente en colectividades que expresaran identidades ideológicas y una vocación de dirigir el Estado. Sin embargo, en la Colombia de mediados del siglo XIX no existían ni ciudadanos ni pueblo en la acepción moderna. Por ello, la idea moderna de partido terminó ajustándose a la estructura tradicional de tipo caudillista y gamonalista.
El rol desempeñado por los dos partidos históricos, el Liberal y el Conservador, antes que representar intereses específicos de sectores sociales pareciera haber sido expresar los proyectos ideológicos en boga en los distintos momentos históricos. Como lo plantea Pierre Gilhodes, «[l]os dos partidos nacen en la misma coyuntura de las luchas por las reformas de mediados del siglo XIX. No son obras colectivas sino propuestas intelectuales en torno a las cuales se alineó la clase culta de la época»2.
Más que haber representado intereses, lo que han hecho fue formular proyectos de Estado. Tiene razón Fernán González cuando señala que
la sociedad nacional concebida como conjunto de regiones se articula al Estado por medio de los partidos políticos concebidos como coaliciones de elites regionales y locales. Obviamente, se trata de una articulación de la sociedad desde arriba pero que logra penetrar toda la cultura social y política hasta abajo, por medio de las adscripciones clientelistas o voluntarias. Los partidos se transforman en una especie de dos subculturas políticas contrapuestas.3
Los partidos políticos colombianos parecen haber formulado históricamente sus proyectos pensando más en el Estado que en la sociedad. Entonces, antes que representantes de intereses, más bien han sido legitimadores recurrentes del sistema político, en la medida en que han sido los principales artífices del mecanismo de legitimación básica: el proceso electoral. Pero adicionalmente, cuando el sistema político atraviesa alguna situación de crisis, los partidos políticos, a través de sus dirigentes y casi siempre de manera simbólico-discursiva, comienzan a respaldar y reforzar la precaria legitimidad del mismo. Por ello se puede afirmar que, si bien en teoría los partidos políticos pertenecen a la sociedad, en el caso colombiano han cumplido un papel de mayor relevancia en relación con el Estado.