¿cuál ha sido la influencia de Borges en el canon argentino? segun Martinez
Respuestas a la pregunta
Respuesta:El canon argentino
Tomás Eloy Martínez
Si una persona quiere ser culta, ¿qué libros debe leer sí o sí? ¿Quiénes
eligen los bros que valen la pena? ¿Los lectores? ¿Las editoriales? En las
escuelas, ¿los docentes? Lo que para algunos es «buena» literatura para
otros puede ser entretenimiento superficial. El libro más leído... ¿es el
mejor o el peor? Dilemas para escritores y lectores de nuestro tiempo.
arold Bloom (1), un catedrático de Yale célebre
por su megalomanía (1) y sus arbitrariedades,
volvió a poner de moda, hace un par de años,
el debate sobre el canon de la literatura occidental. A
Buenos Aires llegaron algunos ecos de la polémica,
pero nadie trató de aplicarla a la literatura argentina.
Es comprensible, porque no hacía falta. (...) En estos
finales de siglo, después de incontables y caprichosas
variaciones del canon impuestas por la crítica o las cátedras de literatura argentina, son los lectores —parece— que están reorganizando el mapa de los grandes
textos y los que deciden qué se puede dejar de lado.
Cada lector, después de todo, va elaborando su propio
canon a lo largo de la vida, teniéndolo con los libros que
relee por pasión, por deseo, a sabiendas de que otros libros canónicos se le irán quedando en el camino.
Cualquier argentino más o menos ilustrado (2) sabe
que El matadero, Facundo, Recuerdos de provincia, Una excursión a los indios ranqueles y Martín Fierro son los textos ineludibles del siglo XIX, pero la mayoría empieza
acercándose a ellos por obligación, porque en toda
lectura hay un principio de placer pero también de
necesidad y de urgencia.
¿Qué se entiende por canon, después de todo? Según
el Diccionario de Autoridades (1726), la palabra viene del
griego y significa 'regla o alguna cosa que se debe creer
u observar en adelante'. Canon sería, por lo tanto, una
variante de dogma (3); es decir, de algo que está en las
antípodas (4) de la libertad encarnada por la literatura.
Pero esa definición tiene que ver con los docentes, no con los lectores. Para todo lector, el canon es
un ancla, una certeza: aquello de lo que no se puede
prescindir porque en los textos del canon hay conocimientos y respuestas sin los cuales uno se perdería
algo importante. El canon confiere cierta seguridad a
los lectores, les permite saber dónde están parados,
cómo es la realidad a la que pertenecen, cuáles son
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los textos que no deben ignorar.
Un canon argentino basado sobre tal principio no
podría excluir —en este fin de siglo posterior a Borges, Bioy Casares, Cortázar, Bianco y Manuel Puig—
los poemas de Juan Gelman y de Néstor Perlongher,
los cuentos de Rodolfo Walsh, las tres primeras y la
última novela de Osvaldo Soriano, Respiración artificial
y Crítica y ficción de Ricardo Piglia, La vida entera y La
máquina de escribir de Juan Martini, El entenado y los
poemas de Juan José Saer, Canon de alcoba de lilnuna
Mercado, La revolución es un sueño eterno de Andrés Rivera, Fuegia de Eduardo Belgrano Rawson, Luz de las
crueles provincias de Héctor Tizón y los poemas de Enrique Molina, Olga Orozco y Amelia Biagioni, por citar
solo autores que han pasado ya los cincuenta años o
que —en un par de casos— han alcanzado reconocimiento póstumo (5).
Muy pocos de esos libros van a prevalecer, sin embargo, en la memoria implacable de los lectores. Menos aún
van a ser releídos. Un personaje de Respiración artificial (2)
exponía la duda de manera más explícita: «¿Quién de nosotros escribirá el Facundo?» Hay otro modo de formular
la misma pregunta: ¿Cuál de esos textos tendrá el destino central que aún tiene el Facundo?
Desde el Centenario, la literatura argentina dispuso
siempre de una obra dominante, a menudo inimitable, a partir de la cual se organizaban todas las demás.
Harold Bloom ha escrito que el último de nuestros grandes escritores canónicos, Borges, tiene más «fuerza de
contaminación que casi ningún otro en este siglo
Este es uno de los problemas que me propongo analizar
en este artículo: el del canon argentino dominado por la
sombra terrible de Borges (3). No estaría de más, sin embargo, intentar antes un ligero repaso de los precursores,
El primer libro canonizado fue Martín Fierro, al que
Ricardo Rojas (4) y Leopoldo Lugones (5) compararon
con el Mio Cid y la Chanson de Roland (6). Lugones quería
Explicación: