Historia, pregunta formulada por natalia9059, hace 6 meses

cuál fue la rrason que Antoñito tuviera cuidado de evitar que la soga lo tocara​

Respuestas a la pregunta

Contestado por sammir1412
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Respuesta:

Explicación:

A Antoñito López le gustaban los juegos peligrosos: subir por la escalera de mano

del tanque de agua, tirarse por el tragaluz del techo de la casa, encender papeles en la

chimenea. Esos juegos lo entretuvieron hasta que

descubrió la soga, la soga vieja que servía otrora

para atar los baúles, para subir los baldes del

fondo del aljibe y, en definitiva, para cualquier

cosa; sí, los juegos lo entretuvieron hasta que la

soga cayó en sus manos. Todo un año, de su

vida de siete años, Antoñito había esperado que

le dieran la soga; ahora podía hacer con ella lo

que quisiera. Primeramente hizo una hamaca

colgada de un árbol, después un arnés para el caballo, después una liana para bajar de los

árboles, después un salvavidas, después una horca para los reos, después un pasamano,

finalmente una serpiente. Tirándola con fuerza hacia delante, la soga se retorcía y se volvía

con la cabeza hacia atrás, con ímpetu, como dispuesta a morder. A veces subía detrás de

Toñito las escaleras, trepaba a los árboles, se acurrucaba en los bancos. Toñito siempre

tenía cuidado de evitar que la soga lo tocara; era parte del juego. Yo lo vi llamar a la soga,

como quien llama a un perro, y la soga se le acercaba, a regañadientes, al principio, luego,

poco a poco, obedientemente. Con tanta maestría Antoñito lanzaba la soga y le daba aquel  

Escuela EPET Nº 5 - 1º AÑO – LENGUA.

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Docentes: Vallejo, Gabriela, González, Claudia, Oviedo, Andrea

movimiento de serpiente maligna y retorcida que los dos hubieran podido trabajar en un

circo. Nadie le decía: “Toñito, no juegues con la soga.” La soga parecía tranquila cuando

dormía sobre la mesa o en el suelo. Nadie la hubiera creído capaz de ahorcar a nadie. Con

el tiempo se volvió más flexible y oscura, casi verde y, por último, un poco viscosa y

desagradable, en mi opinión. El gato no se le acercaba y a veces, por las mañanas, entre

sus nudos, se demoraban sapos extasiados. Habitualmente, Toñito la acariciaba antes de

echarla al aire, como los discóbolos o lanzadores de jabalinas, ya no necesitaba prestar

atención a sus movimientos: sola, se hubiera dicho, la soga saltaba de sus manos para

lanzarse hacia delante, para retorcerse mejor. Si alguien lepedía:

—Toñito, préstame la soga.

El muchacho invariablemente contestaba:

—No.

A la soga ya le había salido una lengüita, en el sito de la cabeza, que era algo

aplastada, con barba; su cola, deshilachada, parecía de dragón. Toñito quiso ahorcar un

gato con la soga. La soga se rehusó. Era buena. ¿Una soga, de qué se alimenta? ¡Hay

tantas en el mundo! En los barcos, en las casas, en las tiendas, en los museos, en todas

partes... Toñito decidió que era herbívora; le dio pasto y le dio agua. La bautizó con el

nombre Prímula. Cuando lanzaba la soga, a cada movimiento, decía: “Prímula, vamos

Prímula.” Y Prímula obedecía. Toñito tomó la costumbre de dormir con Prímula en la

cama, con la precaución de colocarle la cabecita sobre la almohada y la cola bien abajo,

entre las cobijas. Una tarde de diciembre, el sol, como una bola de fuego, brillaba en el

horizonte, de modo que todo el mundo lo miraba comparándolo con la luna, hasta el

mismo Toñito, cuando lanzaba la soga. Aquella vez la soga volvió hacia atrás con la

energía de siempre y Toñito no retrocedió. La cabeza de Prímula le golpeó el pecho y le

clavó la lengua a través de la blusa. Así murió Toñito. Yo lo vi, tendido, con los ojos

abiertos. La soga, con el flequillo despeinado, enroscada junto a él, lo velaba.


natalia9059: no me sirve☹️
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