¿Cuál fue la discusión interna que tuvo Don Quijote al momento de elegir al mejor caballero?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Ante todo quiero decir -y advertir- que no va a ser ésta una conferencia «erudita». No son de mi agrado esas conferencias -o escritos de cualquier tipo- que se derraman en citas de autores que han hablado del tema en cuestión1, y de lo que sobre el mismo han dicho; pero que apenas se detienen en el análisis de los valores estilísticos, poéticos, los que transmiten el espíritu que ha hecho posible la aparición de una obra de arte y de esta obra inmortal en particular, valores que son los que encierran el sentido profundo de la misma y que ha nacido como producto de una observación certera y penetrante, por parte de su autor, de la situación social, cultural, política, religiosa y, en definitiva, económica de la época, y de la que la obra en sí es fiel reflejo. No podemos por menos de recordar estas palabras de Pedro Salinas que deben ser norte y guía de todo profesor de literatura:
Entiendo que enseñar literatura es otra cosa que exponer la sucesión histórica y las circunstancias exteriores de las obras literarias: enseñar literatura ha sido siempre, para mí, buscar en las palabras de un autor la palpitación psíquica que me las entrega encendidas a través de los siglos: el espíritu en su letra
(Salinas, 1983, II, p. 418).
Es precisamente en esos valores expresivos donde se encierra la última voluntad de su autor: lo que el autor ha querido decirnos2.
Mi intervención va a ser -o eso pretendo- una conferencia (tal vez un monólogo reflexivo) intimista, y esto en dos sentidos: En primer lugar, porque expresa el sentimiento íntimo, profundamente placentero y de una serenidad que puedo llamar «metafísica», que en mí ha despertado, desde la primera vez que lo leí en torno a los veinte años3, El Quijote, y muy especialmente, la relación Don Quijote-Sancho (DQ-S); en segundo lugar, porque la humanísima relación que Cervantes nos dejó escrita de la inmortal pareja es, en sí misma, una relación tan íntima y de tan profunda amistad que difícilmente se encuentra otra igual -a mi parecer- en obras literarias. Guiado por estos dos principios voy a procurar seguir la evolución de esa insondable amistad al hilo, en la medida de lo posible, de la narración de la obra.
Esa relación de amistad va creciendo y se va consolidando a lo largo de la obra, como es bien conocido; y tiene como base y fundamento de la misma la verdad: la verdad, que va unida a la palabra. Esta unión de la palabra y la verdad, podemos decirlo sin ambages, es una unión hipostática, y no solo en su sentido metafórico; es decir, para DQ la palabra y la verdad son como «dos naturalezas fundidas en una sola persona».
Y el primer ejemplo de esta relación palabra-verdad lo tenemos ya en el episodio de Juan Haldudo y el muchacho Andrés, que se narra en el capítulo cuarto de la primera parte. Es un episodio bien conocido; a mí siempre me ha llamado la atención el cambio brusco, casi violento, de DQ respecto del tratamiento con que se dirige a Juan Haldudo. Oigámoslo. Es el momento en que DQ, tras ser armado caballero, regresa a su casa con toda su felicidad a cuestas y derramándola con su palabra por los cuatro horizontes, y ve como el muchacho, aterrorizado, al ser azotado responde a su amo:
Explicación: