¿Cual fue la causa y consecuencia de la Lucha Iconoclasta?
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Para Bizancio, el problema más grave no resultó ése, sino la pérdida de unanimidad interna que se produjo en cuanto, rechazados los árabes el 718, se planteó la querella de las imágenes.
El problema iconoclasta arranca de las discusiones en torno al culto que había de rendirse a las imágenes. En Occidente, donde la mayoría de las iglesias aparecían desprovistas de figuras y el culto se reservaba a las abundantes reliquias, el problema no llegó a plantearse. Pero en Bizancio la afición a las imágenes había acabado en una multiplicación desorbitada de las mismas, y lo que en el oeste se estimaba como elemento decorativo e instructivo, terminó por convertirse en objeto de veneración por sí mismo. La idolatría estaba a un paso. Cuando en 787 la emperatriz Irene convocó el concilio que había de restaurar el culto de las imágenes en Bizancio, el mal ya no tenía remedio: para entonces, el abismo entre Roma y Constantinopla se había ahondado todavía más, y la posición bizantina en Italia se había debilitado decisivamente. El concilio del año 843 confirmó la resolución imperial y, sobre todo, la idea poco grata a los iconódulos extremistas, que esperaban la hora de su venganza, de que no sería fácil dictar al gobierno la política religiosa. La paz, sin embargo, no estaba al alcance de ninguna norma conciliar y, por debajo del arreglo oficial, soterradas corrientes de hostilidad persistieron. Pilar económico, social y militar del sistema, respondió continuamente a lo que de él se esperaba. Sólo así, Bizancio pudo mantener el esqueleto de su actividad comercial y agrícola, a la espera de que tiempos mejores lo vivificaran.Lo mismo sucedió en el campo de la cultura. No fue, precisamente, el de la iconoclastia tiempo apto para su desarrollo. La disputa religiosa, al centrarse en el culto a las imágenes, ocasionó la destrucción masiva de obras de arte, a la par que la inquietud del momento no resultaba la más adecuada para el trabajo intelectual. La necesidad de defenderse obligó, en cambio, a los iconódulos a recurrir a la teología y la antigua retórica, disciplinas que experimentan una indudable renovación. El mismo arte no sucumbió del todo; marginadas las representaciones sagradas, los artistas buscaron fuentes de inspiración en la vida diaria, el retrato, la historia.
El problema iconoclasta arranca de las discusiones en torno al culto que había de rendirse a las imágenes. En Occidente, donde la mayoría de las iglesias aparecían desprovistas de figuras y el culto se reservaba a las abundantes reliquias, el problema no llegó a plantearse. Pero en Bizancio la afición a las imágenes había acabado en una multiplicación desorbitada de las mismas, y lo que en el oeste se estimaba como elemento decorativo e instructivo, terminó por convertirse en objeto de veneración por sí mismo. La idolatría estaba a un paso. Cuando en 787 la emperatriz Irene convocó el concilio que había de restaurar el culto de las imágenes en Bizancio, el mal ya no tenía remedio: para entonces, el abismo entre Roma y Constantinopla se había ahondado todavía más, y la posición bizantina en Italia se había debilitado decisivamente. El concilio del año 843 confirmó la resolución imperial y, sobre todo, la idea poco grata a los iconódulos extremistas, que esperaban la hora de su venganza, de que no sería fácil dictar al gobierno la política religiosa. La paz, sin embargo, no estaba al alcance de ninguna norma conciliar y, por debajo del arreglo oficial, soterradas corrientes de hostilidad persistieron. Pilar económico, social y militar del sistema, respondió continuamente a lo que de él se esperaba. Sólo así, Bizancio pudo mantener el esqueleto de su actividad comercial y agrícola, a la espera de que tiempos mejores lo vivificaran.Lo mismo sucedió en el campo de la cultura. No fue, precisamente, el de la iconoclastia tiempo apto para su desarrollo. La disputa religiosa, al centrarse en el culto a las imágenes, ocasionó la destrucción masiva de obras de arte, a la par que la inquietud del momento no resultaba la más adecuada para el trabajo intelectual. La necesidad de defenderse obligó, en cambio, a los iconódulos a recurrir a la teología y la antigua retórica, disciplinas que experimentan una indudable renovación. El mismo arte no sucumbió del todo; marginadas las representaciones sagradas, los artistas buscaron fuentes de inspiración en la vida diaria, el retrato, la historia.
Fenixllamas:
espero que te sirva mucho
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