Cual es tu opinión personal sobre el herlocauto
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El pasado 2 de enero, Arturo Pérez-Reverte protagonizó una encendida polémica en Twitter a cuenta del Holocausto. El escritor fue interpelado por el Museo de Auschwitz debido a unos comentarios irónicos que había publicado a cuenta de la prolífica obra literaria que existe sobre el tema. El Museo, junto a una legión de usuarios de la red social en cuestión, se lanzaron sobre Pérez-Reverte acusándole de banalizar uno de los peores crímenes, si no el peor, que la Humanidad ha conocido.
Pérez-Reverte no banalizó el Holocausto, pero la reacción que suscitó tiene como telón de fondo una herida en la conciencia occidental que aún no ha sanado; un asunto delicado y frágil cuya distancia histórica es aún corta para mencionarlo sin pillarse los dedos. Otros ejemplos de bromas que sí han banalizado o han hecho mofa del Holocausto han costado puestos de trabajo, cargos políticos y querellas en los tribunales. Que el pasado mes de diciembre una encuesta de la CNN revelara que un tercio de los europeos desconoce lo que fue el Holocausto no eclipsa la alargada sombra que el asunto proyecta sobre todos nosotros, independientemente de nuestra condición o credo.
En el día de hoy, 74 años después de que las tropas soviéticas liberaran el campo de exterminio de Auschwitz, recordamos en todo el mundo a las víctimas del Holocausto y nos obligamos a permanecer alerta para que no vuelva a suceder algo así. No obstante, esta ocasión supone también una oportunidad para explorar las razones por las que el Holocausto sigue presente, vivo y actual -y por las que, en definitiva, somos prudentes cuando hablamos de ello-.
El Holocausto -su concepción, su puesta en práctica y su eficacia- es un trauma, un cataclismo que ha traspasado generaciones y que ha formado el mundo en el que vivimos. Nuestras democracias y nuestro sistema de relaciones internacionales se erigen sobre las cenizas de los millones de víctimas -no solamente sobre los casi seis millones de judíos- que fueron asesinadas por ser diferentes, por no tener cabida en el orden social puro diseñado por el nacionalsocialismo alemán. En este sentido -y este aspecto es esencial para entender lo que aquí tratamos- el Holocausto es uno de los hechos definitorios del pasado siglo y el mayor de nuestros miedos como ciudadanos libres.
Comprender por qué el Holocausto es una tragedia intergeneracional, aún no cauterizada, es un ejercicio arriesgado debido a la dificultad personal y social para asumir tanta barbarie certificada. Ian Kershaw fue claro al respecto: "La capacidad del historiador resulta insuficiente cuando trata de explicar lo ocurrido en Auschwitz". Otro gigante de la Historia, Paul Johnson, también delineó esta problemática: "En muchos aspectos, [el Holocausto] sigue siendo un evento misterioso; no por los hechos, ampliamente documentados, sino por las causas". Todavía, historiadores, filósofos, sociólogos, politólogos y teólogos siguen haciéndose las mismas preguntas: ¿Cómo pudo pasar? ¿Cómo una sociedad tan cultivada y avanzada como la alemana pudo ser protagonista activa y entusiasta en la aniquilación de millones de judíos?
Una teoría extendida sustenta al Holocausto como resultado lógico de siglos de antisemitismo en Europa. Para que la gente normal pueda ensañarse con una víctima primero es necesario estigmatizarla y los judíos cargaban sobre sus hombros siglos de falsos mitos que hicieron su defenestración y eliminación justificables. De hecho, muchas leyes nazis antijudías son meras actualizaciones de leyes anteriores que imperios, reinos y la propia Iglesia habían promulgado con anterioridad. Ya en el año 535, en el Concilio de Clermont, se prohíbe a los judíos ocupar cargos públicos, prohibición también recogida en la Ley para el Restablecimiento del Funcionariado Civil Profesional de 7 de abril de 1933; o en 1215, en el Concilio de Letrán, copiando la legislación del Califa Omar, se obliga a los judíos marcar su ropa con una insignia, al igual que hizo el Decreto de 1 de septiembre de 1941 aplicable en todos los territorios conquistados por Alemania. En los juicios de Nuremberg, Julius Streicher justificó el antisemitismo del Der Stürmer escudándose en el libro de Martín Lutero Los judíos y sus mentiras.
Esta tradición milenaria de odio a los judíos, combinada con el racionalismo y los avances científicos de la modernidad, desembocaron en la definición, la expropiación, la concentración y el exterminio de millones de judíos en toda Europa. De acuerdo con esta teoría, el proceso de exterminio de un pueblo, el judío, declarado culpable durante casi dos mil años, era, tarde o temprano, inevitable
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