Cual es la leyenda de el cacique
Respuestas a la pregunta
La leyenda del cacique petecuy. 2. Era un Joven guerrero que soñaba con ser el líder de su pueblo. ... Petecuy fue coronado como el líder de su tribu, y se casó con la joven más bella. (Pues este es como “un resumen” :)
leyenda del cacique negro;
Cuando allá por el año 1830, todo esto no era más que la continuación de nuestra inmensa pampa, ocurrió esto que a continuación narramos... A unos veinte kilómetros de nuestra ciudad y rompiendo la monotonía de la llanura, barrancas de 4 y 5 metros de altura bordean en su margen oriental una laguna; en este lugar tenían sus viviendas por aquella época una tribu de indios que tenía un Jefe de unos 38 a 40 años, de recia musculatura, alto, bien formado, de fisonomía agradable y de porte casi simpático, su cabello de color castaño claro, y su rostro apenas tostado por las caricias del sol, contrastaban con su nombre, pues se lo conocía por el "Cacique Negro".Sobre la parte más alta de la laguna y bajo la sombra de un sauce, tenía su choza el cacique, desde allí, podía divisar a muchas leguas, la inmensa sabana verdeante de la pampa, sólo quebrada en las mañanas serenas y de diáfana transparencia, por las sierras que se alzaban hacia el poniente dejando adivinar su majestuosa belleza.
Fue una tarde del mes de noviembre de 1830, diseminadas por la suave pendiente de la loma y en los claros que dejaban libres los toldos se veían corros de indios y a algunas chinas semidesnudas y desgreñadas, bebiendo y saltando.
Dos días antes habían llegado con rico botín del malón que perpetró la indiada en las proximidades de Dolores, destruyendo y arreando cuanto a mano encontraron. Parte del botín, eran varios cautivos, entre ellos una joven mujer de unos 20 a 22 años, quien se hallaba tendida en un lecho de chalas secas que cubría un jergón. En su dulce fisonomía se adivinaba el horror, silenciosas lágrimas se divisaban en sus mejillas, un indio de atlética estampa, ojos chispeantes, nariz achatada, pómulos salientes, barba y pelo hirsuto y grasiento la vigilaba, sin dejar de mirarla, achicando sus ojos felinos y con una mueca que era una contracción de ansias bestiales. Hacia pues 48 horas que ésta pobre niña después de transponer más de 20 leguas a caballo en brazos del indio que la robó, desfallecía junto a la ramada. El indio que vigilaba, capitanejo, el más salvaje y bandido de todos, la miraba como el tigre a su presa, considerándose ya su dueño. En uno de esos momentos, se aproxima a ellos la figura de un indio de paso lento y pesado, que vestía un poncho pampa, botas de potro, pantalones y vincha en la frente y en la cintura como una faja, pesadas boleadoras de potro. Un siniestro fulgor tenía su mirada al chocar con la del capitanejo, miró a la joven por breves instantes y luego en su lengua, habló duramente al capitanejo, que retirándose se perdió en los Toldos.