Derecho , pregunta formulada por ambarabril95, hace 7 meses

¿Cuál es la importancia de la democracia para tomar acuerdos?

Ayuda plissss.

Doy coronita

Respuestas a la pregunta

Contestado por agustinafernanadez
1

Respuesta:

espero que te sirva

Explicación:

xd

__________________

Adjuntos:
Contestado por saoryjanninasalvador
1

Respuesta:Levi Eshkol, un antiguo primer ministro israelí, era un político incansable a la hora de buscar un acuerdo. Se decía de él que era tan partidario del compromiso que, cuando se le preguntaba si quería té o café, contestaba: “mitad y mitad”. A veces el deseo de encontrar un compromiso puede ocultarnos el hecho, tan propio de nuestra condición política, de que hay que elegir entre bienes que no son del todo compatibles, que el acuerdo no siempre es posible y que muchas veces resulta necesario optar o decidir.

Una democracia, más que un régimen de acuerdos, es un sistema para convivir en condiciones de profundo y persistente desacuerdo. Ahora bien, en asuntos que definen nuestro contrato social o en circunstancias especialmente graves los acuerdos son muy importantes y vale la pena invertir en ellos nuestros mejores esfuerzos. Los desacuerdos son más conservadores que los acuerdos; cuanto más polarizada está una sociedad menos capaz es de transformarse. Ser fiel a los propios principios es una conducta admirable, pero defenderlos sin flexibilidad es condenarse al estancamiento.

La política democrática no puede producir cambios en la realidad social sin algún tipo de cesión mutua. Si los acuerdos son importantes es porque los costes del no acuerdo son muy elevados, fundamentalmente asentar el statu quo, lo cual es algo relevante sobre todo en un mundo cuyos serios problemas van a peor cuando se los abandona a la inercia. Esto vale para la crisis del euro, para la crisis económica, el futuro pacto fiscal en Cataluña o para los principales problemas que el País Vasco deberá abordar en la próxima legislatura. Hoy nos podemos permitir menos que nunca la paralización porque los costes de retrasar las decisiones oportunas son muy elevados.

Generalmente no solemos conseguir todo lo que nos proponemos, en el plano personal o colectivo, aquello que está en el primer lugar de la lista de nuestras prioridades. Las circunstancias nos obligan a darnos por satisfechos con mucho menos. Deberíamos valorar a las personas (o a los partidos, sindicatos e instituciones) no por sus ideales sino por sus compromisos, es decir, por lo que estamos dispuestos a aceptar como suficiente, por nuestra segunda mejor opción. Nuestros ideales dicen algo acerca de lo que queremos ser, pero nuestros compromisos revelan quiénes somos.

Gobernar obliga a pactar y hacer concesiones a una oposición con la que colaborar

Mantenerse fiel a los propios principios es una actitud muy noble en política. En una sociedad democrática debe haber un espacio para quienes hacen política sin voluntad de compromiso, salvaguardando los principios o expresando valores que deben ser tenidos en cuenta. En ese ámbito se mueven diversos movimientos sociales, protestas u organizaciones cívicas. Ahora bien, confiarles responsabilidades de gobierno sería un error tan grave como eliminar ese espacio de vigilancia y expresión que les es propio. Algunos malentendidos en torno al 15-M proceden precisamente de esta confusión entre dos planos igualmente legítimos, con su grandeza y sus limitaciones propias: el de quienes pretenden transformar la realidad aspirando a gobernar y el de los que prefieren salvaguardar determinados valores del trasiego y la componenda política.

Por supuesto que esta tenacidad es más importante si tu voto no es decisivo y por eso la encontramos con más frecuencia en los partidos pequeños, sin vocación de gobierno. Esta radicalidad no significa que sean moralmente mejores sino, muchas veces, que son políticamente irrelevantes y por eso pueden permitirse una mayor dosis de principios que los partidos que suelen estar en el Gobierno.

Las mayores dificultades para los acuerdos políticos no proceden tanto del modo como nos relacionamos con los principios sino de una razón estructural de nuestra cultura política: el dominio de la campaña sobre el gobierno. Hay una oposición estructural entre hacer campaña y gobernar; actitudes que sirven para lo uno dificultan lo otro. Esta contradicción se agudiza cuando se hace campaña con un estilo que dificulta los futuros (e inevitables) acuerdos, como hacer promesas incondicionales o desacreditar a los rivales. La retórica de las campañas forma parte de nuestras prácticas democráticas, pero gobernar es algo diferente, que obliga a pactar y hacer concesiones; quien gobierna necesita oponentes con los que colaborar y no tanto enemigos a quienes desacreditar en todo momento.

Quien gobierna está obligado a tener en cuenta la campaña anterior (aquello a lo que se comprometió) y la siguiente (en la que, lógicamente, desea ser reelegido). Pero el sistema se ha desequilibrado y gobernamos con el mismo espíritu de la campaña, con sus actitudes y vicios. La campaña permanente ha borrado casi por completo la diferencia entre estar de campaña y estar gobernando. Dicho de otra manera: los políticos hacen demasiada campaña y gobiernan demasiado poco.

Tal v

.

Explicación:


Traelex123: Grasias
Otras preguntas