Cuál es la idea central del ensayo "Así se hablaba en el cine"
Respuestas a la pregunta
Respuesta:La poesía modernista es un sacudimiento cultural que prueba, al alcanzar a masas que se suponían inaccesibles o incapaces de sentir ese pasmo estético de la palabra, la enorme posibilidad de alcanzar y conmover, con el solo empleo de la poesía, a sectores condenados solamente al atraso y a la incomprensión de lo bello. ¿Cómo no van a estar sentenciados a la sordera idiomática si se les regaña por no hablar y no vocalizar como la elite? Dicho sea de paso, la elite del poder y del dinero en México, asombrosamente iletrada por lo común, desprecia con furia a los ignorantes.
Por eso, en los años treinta, cuando el cine mexicano inicia lo que muy idealizadamente se llama «época de oro», sólo hay un registro confuso y mitificador del habla popular por razones de censura del buen gusto dominante de un racismo nada avergonzado de serlo, del rechazo teatral de los sectores ilustrados y de la fuerza del amedrentamiento lingüístico. «Si no sabes hablar como Dios manda (sería el mensaje) mejor ni hables». Y Dios manda que sus hijos utilicen la corrección y el decoro de los académicos de la lengua, investidos en ese momento con la autoridad del esplendor idiomático al que atacan las hordas de los inconscientes.
Los académicos señalan las imperfecciones y monstruosidades: «No se dice haiga», y vierten regaños sobre el vulgo que, con tal de envilecerse, se revuelca en los barbarismos. En cierta medida, la causa de los académicos es noble y, por lo menos, intimidan a periodistas y locutores de radio. También ejemplifican el desprecio de quien tiene posibilidades formativas por quienes ni siquiera atisban el miedo al «qué dirán» de los académicos, y ya que no queda otro remedio, se acepta en este medio dictatorial el uso popular de mexicanismos, de refranes, de algunas voces del inglés, hasta ahí.
Lo que impera como sonido consagrado es la retórica proveniente de la religión católica y la retórica del buen decir del melodrama teatral, a la que se podría agregar el buen decir de los abogados. El buen decir de las tempestades del alma, de los sermones y de los catecismos, y de lo que se llama todavía «la religión de la patria». Las denominadas groserías, las «malas palabras», no sólo delatan al hablante y su incontinencia verbal, también emiten lo que podría considerarse «sonido pecaminoso». Decirlas en presencia de damas resulta imposible y lanzarlas ante mujeres comprueba que las presentes no son damas. El uso de la grosería es literalmente la renuncia al espíritu femenino.
Así se hablaba en el cine
«Hay momentos en la vida que son verdaderamente momentáneos», aseguró en algún momento Mario Moreno, Cantinflas. La frase, todavía vigente, como era de esperarse, nos lleva a los años treinta, al circuito lingüístico en donde una comunidad pobre, aún dominada por el analfabetismo, vislumbra la modernidad, o como se le llame a la gana de hacer lo que padres y abuelos no soñaron, entre tradiciones que, al no conservarse íntegramente, tienden a desaparecer.