cual es la cultura del baloncesto
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A mediados de los ochenta, los valencianos nos preguntábamos por qué la empresa Puertas Dintel manchaba la camiseta de cualquier equipo yugoslavo que pisaba España. Misterios del patrocinio. Eran los tiempos de la Cibona de Drazen Petrovic. El baloncesto era extraño para una tierra en la que había una Galia de la canasta bajo el techado del Pla de l'Arc de Llíria mientras el Valencia Club de Fútbol tenía una sección en la que el esférico se pasaba de mano en mano. Todavía recuerdo asomarme por la trasera de lo que hoy es la Grada de la Mar y ver una rudimentaria cancha de baloncesto en el interior de Mestalla.
Los valencianos de mi generación estábamos acostumbrados a seguir en TVE2 a equipos como el Licor 43 de Comas, al Fórum Filatélico de Samuel Puente -aquella canasta desde su campo aún la tengo en la retina-, al Estudiantes de Pinone y Russell, y a los de siempre bajo el rótulo de Ron Negrita Joventut, Real Madrid, Barcelona y CAI Zaragoza. La plata de Los Ángeles fue la mayor bendición para el baloncesto español de los Corbalán, los Fernandos Martín y Romay, Solozábal, De la Cruz y compañía.
Pero éramos huérfanos de un equipo de pertenencia, siempre con el lastre de ser foráneos y seguidores de conjuntos alejados de una ciudad en la que el baloncesto era un deporte secundario. En los ochenta todavía estaban tiernos los éxitos del Valencia de Copa y Recopa, la veneración por Kempes y el abrupto descenso a Segunda que se llevó por delante las secciones del Valencia, entre ellas el baloncesto. Incluso raras avis como Quique Andreu, un pivot valenciano adiestrado por Dan Palombizio y que acudió reclutado por Díaz Miguel a las Olimpiadas de Seúl sin haber pisado la ACB, se tuvo que labrar la carrera más allá de la Comunitat por la falta de un equipo acorde a su nivel internacional.
La resistencia de tipos como Vicente Solá y Pipo Arnau mantuvo un proyecto que flotó gracias a Fernando y Juan Roig, que salieron al rescate de la sección que dejó en el camino el Valencia Club de Fútbol. A partir de ahí, treinta años de historia.
La diferencia respecto a los ochenta es que cuando llego ahora a casa, mi hijo, un niño polideportivo como muchos de los que crecimos enganchados ante el televisor hasta en Año Nuevo por los saltos de esquí del día de Año Nuevo en Garmisch-Partenkirchen, me pregunta si ha ganado el Valencia Basket. El baloncesto ha echado raíces.
El éxito del equipo taronja, más allá de impulsar una cultura del esfuerzo, ha sido crear una cultura de baloncesto en una ciudad que hace tres décadas aparcaba la canasta en el pelotón de los deportes minoritarios. El primitivo Valencia Basket se cosió con el hilo de jugadores valencianos como Guillem, Pallardó, Lluch o Izquierdo con el pabellón de Mislata como punto de partida. A partir de ahí, pasos seguros para blindar una devoción con sorbos de triunfo como la Copa del Rey en Valladolid y los tres títulos europeos.
A los fundadores valencianos les siguieron tipos como Víctor Luengo, Rodilla y César Alonso, que mantuvieron la llama. Y el máximo exponente llegó con un Víctor Claver campeonísimo con España y primer lugareño en pisar los terrenos divinos de la NBA.
El Valencia Basket puede estar orgulloso de su primer título de Liga ACB, el capítulo perfecto para cerrar esta fiesta perenne del trigésimo aniversario. Tras dos finales perdidas -la Copa y la Eurocup- la decepción ha sido el revulsivo para ganar la mejor final de todas, aplastando a los tres equipos que lucen galones de Euroliga. Por la puerta grande.
El baloncesto ha convertido el pabellón de la Fuente de San Luis en un lugar de peregrinación taronja, en un santuario. Y ahí, en las orillas de la nueva Valencia se ha creado un vínculo que tendrá continuación en las nuevas generaciones instaladas en l'Alqueria del Bàsquet, el mayor proyecto de cantera de Europa. Y a la vista, en mente, un nuevo pabellón para la familia numerosa.
La Liga, la primera del Valencia Basket, no es final de trayecto. Es punto de partida para nuevos retos, para el futuro, para afianzar el vínculo, para que los hijos de aquellos huérfanos de equipo de baloncesto en la ciudad puedan decir que un día vieron ganar la Liga ACB al Valencia Basket por encima de un Real Madrid que nunca pudo con el espíritu taronja, con la solidaridad de un equipo que convirtió en éxito la fuerza del grupo.
Explicación:
Corona porfis c: