Castellano, pregunta formulada por santoslaza, hace 9 meses

cual es el reclamo de Clitemnestra​

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Contestado por ramishersson2003
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Respuesta:

Con los ojos desorbitados de espanto y el hacha escurriendo la sangre de Agamenón, Clitemnestra se quedó frente a la bañera mirando los estertores de su marido. Temblorosa, esperó a que la Muerte recogiera su último aliento. Antes de que las Furias provocaran arrepentimiento en su alma, se miró en el bronce bruñido y, con las señales del crimen surcándole el rostro, advirtió que su cuerpo no ocultaba la huella del tiempo. "¡Vieja... Una vieja repudiada...! ¡Oh, tú, protector de la patria! ¿Cuántas veces te abrazaste a mis piernas llorando y yo te cobijé como si fueras un niño? ¡Ay de ti, infortunado! Ignoraste que nuestras vidas estaban selladas con sangre inocente. Desafiaste a los dioses, humillaste al sacerdote de Apolo y no hiciste caso de los presagios… ¡Mírate ahora, convertido en piltrafa! De las hogueras que encendiste en mi alma, ninguna se iguala a la del dolor que causaste.”

A media luz, donde mejor se movía el sobrino y amante de Clitemnestra, se ocultaba Egisto. El muchacho tenía razones para vengarse de Agamenón, héroe y señor de Micenas. Hijo del incestuoso Tiestes y de Pelopia, se decía que su madre/hermana lo abandonó al nacer en un monte, donde sobrevivió amamantado por una cabra. Al volver a su patria y enterarse de que su tío y padre de Agamenón asesinó a sus hermanos por rivalidades dinásticas, Egisto masculló su revancha. Esperó la ocasión de cobrarse los crímenes. Instigado por Tiestes, asesinó al primogénito Atreo para apropiarse del cetro. Agamenón y su hermano Menelao tuvieron entonces que refugiarse en Esparta donde formaron su ejército para expulsar a los parientes y usurpadores del reino. Desde que fuera entronizado en Argos, la fatalidad sin embargo, lo acompañaría no sólo por el conflicto con Troya, sino por la sangre que derramó para casarse con Clitemnestra y, para colmo, por la envidiosa rivalidad del joven y codicioso primo que al final desencadenaría la tragedia.

A la sombra, Egisto vigilaba sus pasos. Celaba sus triunfos mientras Agamenón guerreaba contra los valerosos troyanos. Incapaz de igualarse en hombría, se deslizó durante su ausencia hasta el lecho de Clitemnestra. La sedujo no por amor, sino para que el adulterio activara su respectiva insatisfacción. Sabía sin embargo que nada ni nadie se antepone a la Necesidad y que en su hora él mismo también sería víctima de la interminable tragedia de los Pelópidas. Y aún así persistió porque nunca hubo mortal que no se creyera capaz de burlar al Destino. Enterado de que los combatientes venían de regreso a casa, Egisto tramó con su amante la muerte de Agamenón creyendo que al abatirlo, él compartiría con la adúltera el cetro vacío de Micenas. Y allí estaban los dos en los baños fatídicos. Él, con el odio mordido entre dientes; ella, con los celos ardiendo en su entraña y el recuerdo de su hija Ifigenia, sacrificada diez años atrás. Y aunque en esta ocasión su brazo dudara al descargar el hacha en manos de la mujer, el joven endurecería su voluntad criminal con su deseo de reinar.

A Clitemnestra no le importaba la cobarde impericia del pretendiente; tampoco su apocamiento, porque seguramente lo despreciaba. Lo había detestado siempre. Pero la soledad era horrible y peor padecía la añoranza del héroe, amado a pesar de todo. Su ausencia le enseñó el dulce sabor del poder. Aceptó los abrazos de Egisto para distraer la pasión. Compensaba su cobardía con dosis de vanidad: era la tía mayor, mujer a cargo del trono, dueña de los establos y los corrales, señora de las despensas, guardiana de mujeres y niños que aguardaban el regreso triunfal de sus protectores. Así que en tanto y el cobarde dudaba, Clitemnestra se aplicó a cortarle los pies al difunto para que su sombra no pudiera escapar de la tumba. No fuera a ser que desde el Hades su alma atizara a las Furias para infligirle un castigo atroz y ella quedara vagando presa de la locura.

Nacida para sufrir, recordaba a la doncella que fue cuando sus padres la entregaron en matrimonio. Hacha en mano, volvió a mirar su reflejo: buscaba algo que iluminara sus ojos, pero el espejo sólo mostraba rencor. Sintió la emoción del amor y la piedad con que solía tributar a los dioses. Cuando joven era obediente y dulce. Aceptaba el Dictado porque no imaginaba que tras tanto penar, dioses, hijos y hombres se volverían contra ella. Jamás reclamó a Agamenón que hubiera asesinado a su primer esposo y a sus dos hijos pequeños para hacerse del trono. Se plegó al mandato de los Dioscuros, y por segunda vez ignorante de su destino, se paró en el tálamo nupcial para engendrar a Ifigenia, Orestes, Electra y Crisótemis. Héroe y señor de Micenas, sabía que para Agamenón era indigno caer abatido en el interior de su casa. Infame fin, asesinado por la mujer mientras lo bañaba, para quien batalló contra verdaderos guerreros.

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