¿Cuál es el mayor peligro de los deshonestos?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Los experimentos llevados a cabo por ARIELY (2012, p. 38 y ss.), sugieren que, por ejemplo, estamos más dispuestos a robar algo que no tenga atribuido explícitamente un valor monetario (por ejemplo, el bocadillo del compañero de la nevera, un bolígrafo o el papel de la impresora) que dinero en metálico.
O, dicho de otro modo, «las personas tienden a ser más deshonestas en presencia de objetos no monetarios – como lápices o fichas – que ante dinero de verdad».
Y, además, es preocupante observar, como expone ARIELY a partir de numerosas experimentaciones (2008, p. 240), que, cuando se nos da la oportunidad, hacemos trampas (aunque sólo un poco).
Y la clave para tratar de explicar este comportamiento es que identifiquemos la existencia de una distancia entre la acción deshonesta y sus consecuencias (2012, p. 37 y 39). Esta distancia tiene un efecto determinante, pues, libera a la gente de sus ataduras morales, empeorando nuestra brújula moral.
Lo peor es que los ámbitos en los que este comportamiento está presente es vastísimo.
Así, por ejemplo, esto explicaría cierta condescendencia (o nulo reproche) con la percepción de ciertos obsequios no monetarios (lamentablemente famosos en ciertos ámbitos políticos) a cambio de «favores» o «preferencias»; u otras muchas prácticas dudosas o tramposas sin que medie directamente dinero en efectivo.
Y es obvio que el laboral no está exento en absoluto. Por ejemplo, quizás, esta «distancia», también explicaría ciertas prácticas empresariales con sus trabajadores (por ejemplo, al formalizar contratos temporales ilícitos) o con terceros (seguridad social, hacienda o clientes).
Explicación: