Cuál es el componente racial de la campaña del desierto encabezado por Roca?
Doy coronita
Respuestas a la pregunta
Explicación:
De la inauguración de los monumentos entre los años 1930 y 40 a las conmemoraciones del Centenario de la «Conquista del Desierto» en 1979, Roca se tornó uno de los presidentes con mayor número de homenajes oficiales introducidos en los espacios públicos[1]. En efecto, no sería exagerado si afirmáramos aquí que todas las ciudades grandes e intermedias del territorio nacional tendrían hacia los 1990 alguna calle, avenida, plaza o escuela pública con su nombre; también hemos visto que no son pocas las estatuas, bustos y placas recordatorias que le hacen referencia actualmente, contabilizándose cerca de 36 homenajes del estilo (Petralito, 2010).
Aunque sus detractores afirmen que gran parte de ellos han sido inaugurados durante la «década infame», cuando ejerció la vicepresidencia su hijo, Julio Roca (h), el personalismo allí sugerido no explica la amplia difusión pública conseguida por el imaginario conservador acerca del período roquista. Por el contrario, como afirma Lenton (2012), si tal oleada de homenajes públicos extrapola todavía hoy las características reales e imaginarias del individuo, eso se debe a que los monumentos responden antes al proyecto hegemónico exitoso llevado adelante por la oligarquía militarista de la década de 1930 que identificó a Roca con un Estado fuerte y próspero que a un mero capricho despótico de sus familiares.
Como resultado, Roca era hasta 1997 (cuando se empezaron a dar con sistematicidad las intervenciones callejeras en los monumentos y ocurrieron los primeros pedidos de remoción) una figura consolidada en la memoria y poco cuestionada por los argentinos; su presencia cotidiana en el paisaje urbano pasaba casi inadvertida a los transeúntes, en tanto habitual y naturalizada. Quizá no había, en efecto, motivos para cuestionarlo hasta aquel momento: el gran clivaje de la política nacional en el siglo XX había sido el peronismo, y las otras figuras polémicas de la historia nacional, por más homenajes o críticas que hubiesen recibido en su tiempo, quedaron suficientemente opacadas por Perón después de la década del 1950.
Además, hemos visto que los monumentos tienen una capacidad totalizadora que les permite consagrar en el espacio público una sola visión de los hechos, eclipsando después de instalados todo el proceso de construcción política y social que les ha originado[2]. Habitualmente, solo en momentos de cambios profundos las «verdades» que ellos comunican suelen ser puestas en jaque de forma sistemática; por ello, una de las hipótesis iniciales de nuestra tesis es que los tres factores analizados en el Capítulo 2 —el sentimiento antimilitarista, la difusión ampliada de los derechos humanos y la organización política de los pueblos indígenas— confluyeron durante las décadas del 1980, 1990 y 2000 para:
a) Operar una serie de cambios en la forma de interpretar los relatos históricos sobre el gral. Roca y la «Conquista del Desierto»;
b) Cuestionar la pertinencia de mantener en los espacios públicos estatuas que simbolizan un hecho violento y humillante para algunos sectores de la población argentina