Critica Formalista de la Obra Doña Barbara
Respuestas a la pregunta
Comenzando el otoño de 1979, la editorial Gallimard presentó una nueva edición de Doña Bárbara en francés. Aunque el libro no traía ninguna referencia a los cincuenta años de su publicación, el hecho no deja de tener cierta importancia, ya que del otro lado de los Pirineos y del Atlántico no aparecen obras literarias de autores venezolanos en las vidrieras y estantes de las librerías. Para esa fecha, mientras los árboles de la capital francesa empezaban a teñirse de oro viejo, la mujerona del Arauca se paseaba solitaria y cincuentona en pleno corazón de Saint-Germain. ¿Qué pensarían los intelectuales que la vieron separada del contexto novelesco de Don Segundo Sombra, La vorágine, Los de abajo y El mundo es ancho y ajeno ? ¿O confundida con las hijas de Cortázar, Vargas Llosa y García Márquez? Porque, hay que admitirlo, la crítica francesa ya no es la misma de hace un cuarto de siglo, cuando Gaston Diehl daba a conocer a los pintores venezolanos; Roberto Ganzó traducía a los poetas; y Rene L. F: Durand cumplía la doble función de traductor y crítico de las novelas de Gallegos, durante el apogeo de Doña Bárbara. Ahora el imperio de la crítica está regido por los sumos pontífices del estructuralismo, la semiología y el psicoanálisis, cuyos puntos de vista enfocan más hacia las técnicas del bricolage poético y narrativo o hacia las estructuras profundas del lenguaje patológico, que hacia los diseños lógicos del Siglo de las Luces, hilvanados con una sintaxis cervantina, de largos períodos oracionales. Vale decir, que han corrido ríos de letras debajo de los puentes del Sena.
Sin embargo, Doña Bárbara, como una nueva Greta Garbo, desnuda sus páginas de soledad a los nuevos lectores franceses. Porque después de todo lo que han dicho los críticos y lo que dijeron los especialistas en el XIX Congreso de Literatura Iberoamericana, realizado —8→ en Caracas bajo la presidencia de Óscar Sambrano Urdaneta, Doña Bárbara ha sido, es y será la novela de la soledad. Parece que Gallegos se hubiera puesto como Esquilo a coleccionar los dramas de solitarios anónimos de la llanura venezolana, y los hubiera puesto a litigar en el Cajón del Arauca. De allí el tono de grandiosidad que tiene la descripción del paisaje y el aire de fatalismo que emerge de los actores y personajes.
La soledad de la protagonista está marcada por un fátum. La imagen en flashback que se da en Barbarita, la presenta como una niña sin padres, que anda a la deriva y a la voluntad de una pandilla de asesinos. Cuando se encuentra la compañía de Asdrúbal, la codicia y la lujuria de los acompañantes disuelven la posibilidad del vínculo. Lo que viene después es el espectro de la soledad, porque los años que pasa con Lorenzo Barquero son omitidos casi de ex profeso por el autor. El oponente de Doña Bárbara, Santos Luzardo, es un solitario a quien la madre tiene que separarlo del teatro en que se destruyen sus propios familiares para que sea menos penoso el invierno de afecto que lo espera. Como compensación se mete a maestro de Marisela y sus peones.