Creouna historia en la que su personaje principal se transforma
Respuestas a la pregunta
CAMBIO POR UNA SONRISA
Siempre tuve el conocimiento, pude ver la verdad y reconocer la mentira. Y la decepción llego temprano a mi vida.
Esta mañana, al verme en el espejo, noté que ese conocido que me saludaba todos los días, no era quien yo hubiera deseado. La palidez, más bien el tono citrino de la piel, los oscuros ojos enmarcados en profundas bolsas de piel grises, el cabello ralo y disparejo, la barba descuidada, conferían una carga de años más pesada que los que habían transcurrido en mi vida. Pero era Yo, Carlos, sumido en amargura, y desesperanza.
- Buen día, Carlos, ¿Cómo estás? ¿Cómo amaneces hoy? – parecía una letanía diaria escuchar a Sara, mi vecina, incansable, recitarme cada día al veme pasar por su ventana.
- Sí, todo bien. Gracias. ¡Feliz día! – espetaba Yo, sin mucha emoción, solo por cortesía.
No era una mala persona, pero no había bondad en mí. Siendo aún muy joven, viví en carne propia cualquier cantidad de traumas, que mi alma se llenaba de tristeza, y sólo aprendí que la oscuridad había anidado en mi corazón. Aprendí a construir muros a mi alrededor, con el concreto de la voluntad, y las piedras del resentimiento; cualquier cosa para que no saliera nada de mi, pero impidiendo que algo pudiera entrar. No soy sociable, ni amable, ni me interesa relacionarme. La única esperanza de bondad me fue arrebatada cuando perdí a lo verdadero en mi Vida, mi madre, a los 3 años. Y no hubo alguien que me protegiera, que me consolara, que permitiera que el brillo de la esperanza regresara a mi Corazón.
Luche, y sobreviví. Pero con una mancha que ya había percudido mi alma.
Ocupado en mis cavilaciones, no percibí al niño pasó corriendo a mi lado, que cruzó la inmensa avenida, sin mirar a los lados. Y quiso el destino juntar al descuidado niño con un chofer distraído. Pude darme cuenta, al oír el sonido sordo, que el niño estaba tendido en medio de la vía, apenas respirando, mientras un sorprendido hombre aún no reaccionaba tras el volante de su auto, con la piel cerúlea, y sudorosa.
Sin pensarlo, corrí a ver el estado en que estaba el niño, y me dí cuenta que aún respiraba, aunque con dificultad. Tenía varias heridas, un bracito deformado, y sangre saliendo copiosamente de su frente. Y estaba inconsciente. Fue allí cuando reconocí al niño que vendía cualquier cosa en la calle, para llevar algún dinero a casa, Santiago, al que nunca le compré una sonrisa, pero siempre me la regalaba.
Tres días. Con sus noches. Tres días en la sala de espera frente a la puerta de la unidad de cuidados intensivos de un modesto hospital de mi ciudad. Tres días en los que pude ver a una mujer muy delgada llorando, rezando, mirando pasar a enfermeras y galenos, en su transitar diario por los pasillos. Más llanto, más rezo. Inseparables estaban allí dos niños de no más de 5 años, y una niña muy pequeña. Madre y hermanos, supe. Yo no me había movido de allí, esperando saber si habría ¿esperanza?, porque, ¿Cuándo Yo pensaba en esperanza, o en milagros, o tan siquiera tenía fé en algo? Pero una fuerza poderosa me mantenía allí.
Cuando levante el cuerpo de aquel niño del gris asfalto, decidí llevarlo al hospital más cercano. Entregué el niño a los médicos, quienes lo acostaron en una camilla, y lo condujeron a sala de urgencias.
- ¿Qué ha pasado?, ¿Es suyo el Niño? – alcanzaron a preguntarme-
- No, ha pasado en la calle y lo traje de una vez. ¿Está muy grave?
- Está delicado. Por favor no se vaya, necesitamos hacerle algunas preguntas-
Y no me fui. Tampoco me preguntaron algo. Pero no me fui.
- ¡Ya reacciona, ya reacciona! – logré escuchar a lo lejos – ¡Y dice que un Ángel lo ha salvado!
En ese momento sentí resquebrajarse uno de aquellos muros que había levantado con los años. No sé que es sentir alegría, pero si sentí mucha paz.
Ese niño, Santiago, que salía a diario a vender lo que fuera, a trabajar en lo que pudiera, a hacer el mandado a quien lo necesitara, para poder llevar de comer a su familia, él, que no dejaba de sonreír, pidió verme.
- ¡Señor, señor! – oí gritar a una enfermera – ¡Santiago está preguntando por el ángel que lo salvó! ¡Venga,! -.
Y allí fue, cuando lo mire a los ojos, y esta vez fui Yo quien le vendió la sonrisa, y él me la pago con agradecimiento. “¡Gracias! ¡ Que Diosito lo bendiga !” El muro cayó por completo.
Esa tarde, regresaba, por fin, a mi pequeño estudio.
- ¡Carlos! ¿Cómo estás? – me gritó Sara desde la ventana - ¡Mira que andabas perdido!
- Buenas tardes, Sara. Estoy bien, ya de regreso, a descansar un poco – sonreí.
- ¡Que alegría verte!, ya estaba preocupándome! Te ves cambiado..
- Estoy igual, estoy bien - ¿Estaba? – ¡Gracias, Sara! – dije antes de continuar mi camino
Y mientras me alejaba, sorprendido por haber mantenido una charla breve con Sara, quizás la más larga que habíamos tenido, aún hablando a mis espaldas:
- ¡Carlos! ¡Qué bonitas te quedan esas alas! -.
Respuesta:
un ratón se dio cuenta que no es necesario ser pequeño para ser débil ,se encontró con un pajarito y le contó las maravillas el mundo y que las mas pequeñas son hermosas, desde ay el ratón se sintió fuerte y maravilloso
Explicación: