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Respuestas a la pregunta
El cajón secreto
Pese a que su madre le había prohibido terminantemente que abriera ese cajón, Arón lo hizo. Su madre Nelia estaría fuera toda la tarde, ¡era el momento propicio! Su padre tampoco estaba: llevaba años desaparecido. Su madre decía que estaba de viaje, pero él sabía que era mentira, porque no se puede estar de viaje toda la vida.
Con las manos temblorosas Arón cogió la mínima llavecita que Nelia escondía en el alhajero dorado que había sobre su escritorio. Él lo sabía porque se dedicaba a observarla con atención, deseando convertirse algún día en alguien parecido a ella. Metió la llave y la hizo girar; ese momento pareció moverse con una lentitud que le causó una gran ansiedad. Finalmente el cajón estuvo destrabado y pudo abrirlo, con la misma cautela con la que había hecho cada cosa del proceso.
Estaba vacío a excepción de un sobre color madera que olía a humedad. En su interior había varias cartas escritas desde un lugar que ponía ‘prisión’, ese sitio al que iban las personas que no hacían las cosas bien; él lo había visto en varias películas. La firma era de un tal Arón que se apellidaba igual que él. El niño que no era nada lento, lo supo inmediatamente. Las leyó detenidamente; en todas ellas, ese tal Arón enviaba besos para el pequeño Arón y le pedía a Nelia que cuidara de él con mimo y dedicación y que no se olvidara de decirle lo mucho que él le quería.
Cuando hubo finalizado la lectura, Arón volvió a meter cada una de las cartas dentro del sobre con el mismo cuidado con que había hecho todo. Después cerró el cajón y guardó la llave en el alhajero. Algo había cambiado en su interior; una tormenta de posibles soluciones pujaban por ser las elegidas: marcharse para siempre de la casa y no perdonar a su madre en la vida, visitar a su padre a escondidas, hacer como si nada hubiera pasado pero recordar esa traición. Después de mucho pensar optó por la alternativa que consideró más saludable.
Cuando su madre regresó, Arón la estaba esperando con la comida servida. ‘Pero ¡qué bien, hijo!’ le dijo ella orgullosa. Él se mantuvo en silencio y cuando hubieron terminado de cenar, puso el mismo esmero y cuidado en ordenar los platos que el que había puesto en abrir el cajón prohibido y el que pondría de ese día en adelante en aprovechar cada momento en que su madre estuviera fuera para no perderse ni una sola de las misivas de su padre.