crea un cuento sobre la bondad
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Había una vez un pueblo en el que una vez hubo muchos ladrones. El pueblo se llamba VillaPerdices. Pero no siempre se llamó así. Este nombre tan peculiar se lo pusieron en honor al policía que logró que acabasen los robos.
Esta es la historia de por qué VillaPerdices se llama VillaPerdices y cómo los ladrones del pueblo se reformaron dejaron de robar.
Todavía no había teléfonos móviles cuando Don Gumersindo, el policía, llegó al pueblo. Don Gumersindo se quedó impresionado con la cantidad de robos que había en aquel lugar.
Y lo peor no era solo que hubiera muchos robos, sino que los ladrones eran siempre los mismos. Porque en cuanto salían de la cárcel volvían a robar.
Don Gumersindo decidió estudiar la situación Y lo que vio no le gustó nada. Así que decidió probar algo nuevo.
Por las tardes, cuando acababa su turno, Don Gumersindo iba a la cárcel y a visitar a los ladrones y contarles cuentos.
Al principio los ladrones de reían de él, pero Don Gumersindo no se rendía. Y tarde tras tarde iba a visitar a los presos.
Con el tiempo los presos le cogieron el gusto a los cuento de Don Gumersindo y a sus finales felices. Don Gumersindo era capaz de sacar un cuento con final feliz de cualquier situación. Y siempre acaba igual: “Fueron felices y comieron perdices”.
CEl policía de Villaperdicesuando salían de la cárcel los ladrones no dejaban de pensar en las historias de Don Gumersindo y en sus finales felices. Y cada vez que querían hacer alguna fechoría pensaban que siendo malos no comerían perdices.
Así fue como, poco a poco, los ladrones del pueblo dejaron de robar. En el ayuntamiento decidieron cambiar el nombre del pueblo en honor al policía cuentacuentos, que logró con paciencia y cariño cambiar el punto de vista de todos los ladrones de aquel lugar.
Pero no preguntes cómo se llamaba el pueblo antes, que ya nadie se acuerda.
Explicación:
Respuesta:
hola
los dos amigos
Explicación:
Había una vez dos amigos llamados Pedro y Ramón que se querían muchísimo. Desde pequeños iban juntos a todas partes. Les encantaba salir a pescar, jugar al escondite y observar a los insectos. Cuando empezaban a sentir hambre, se sentaban un rato en cualquier sitio y entre risas compartían su merienda. Pedro solía comer pan con chocolate y le daba la mitad a Ramón. A cambio, él le daba galletas y zumo de naranja. Estaban muy compenetrados y entre ellos jamás se peleaban.
Pasaron los años y se hicieron mayores, pero la amistad no se rompió. Al contrario, cada día se sentían más unidos. Como eran adultos ya no jugaban a cosas de niños, pero seguían reuniéndose para echar partidas de ajedrez, cenar juntos y contarse sus cosas. Eran tan inseparables que hasta construyeron sus casas una junto a la otra.
Una noche de invierno, Pedro se despertó sobresaltado. Se puso el abrigo de lana, se calzó unos zapatos y llamó a la puerta de su amigo y vecino. Llamó y llamó varias veces con insistencia hasta que Ramón le abrió. Al verle se asustó.
– ¡Pedro! ¿Qué haces aquí a estas horas de la noche? ¿Te pasa algo?
Pedro iba a responder, pero su amigo Ramón estaba tan agitado que siguió hablando.
– ¿Han entrado a tu casa a robar en plena noche? ¿Te has puesto enfermo y necesitas que te lleve al médico? ¿Le ha pasado algo a tu familia? …¡Dímelo, por favor, que me estoy poniendo muy nervioso y ya sabes que puedes contar conmigo para lo que sea!
Su amigo Pedro le miró fijamente a los ojos y tranquilizándole, le dijo:
– ¡Oh, amigo, no es nada de eso! Estaba durmiendo y soñé que hoy estabas triste y preocupado por algo. Sentí que tenía que venir para comprobar que sólo era un sueño y que en realidad te encuentras bien. Dime… ¿Cómo estás?
Ramón sonrió y miró a Pedro con ternura.
– Muchas gracias, amigo. Gracias por preocuparte por mí. Me siento feliz y nada me preocupa. Ven aquí y dame un abrazo.
Ramón estaba emocionado. Su amigo había ido en plena noche a su casa sólo para asegurarse de que se encontraba bien y ofrecerle ayuda por si la necesitaba. No había duda de que la amistad que tenían era de verdad. Tanta emoción les quitó el sueño, así que se prepararon un buen chocolate caliente y disfrutaron de una de sus animadas conversaciones hasta el amanecer.
Moraleja: los amigos verdaderos son aquellos que se cuidan mutuamente y están pendientes uno del otro en los buenos y malos momentos.