condiciones que mejoran la practica de la libertad
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Supuesto que deseemos vivir en libertad, ¿cuáles son las condiciones de una vida social organizada para hacerlo posible? Y establecidas esas condiciones, ¿cómo podemos justificar la preferencia por esa sociedad frente a diseños alternativos? Porque no está claro que, gustándonos la libertad, estemos dispuestos a aceptar cualesquiera resultados del ejercicio de la misma. De modo que quizá tampoco podamos señalar fácilmente dónde termina el gobierno y empieza la sociedad, o viceversa. ¿Abstracciones demasiado remotas? Recordemos que, durante los últimos años, no hemos dejado de preguntarnos si el Estado puede inculcar valores morales en la escuela, si uno puede disponer de su propia vida en condiciones terminales, si el dinero de los contribuyentes ha de pagar un rescate empresarial. Asuntos prácticos sobre los que, en realidad, apenas podemos reflexionar sin recurrir a molestas abstracciones.
Pues bien, acaban de aparecer en España dos libros de procedencia diversa, pero propósito común, cuya lectura puede servir para iluminar este intrincadísimo debate. Hay que apresurarse a señalar que los trabajos de Polanyi y Buchanan nos llegan con un ligero retraso, publicados como están originalmente en 1951 y 1975; pero celebremos que llegan, en lugar de lamentar que todavía no habían llegado. Y celebrémoslo, porque nos permiten reconstruir las discusiones sobre la naturaleza de la sociedad liberal que tuvieron lugar en la posguerra y en la década de los setenta del siglo pasado, así como aplicarlas a lo que hoy nos traemos entre manos.
Su procedencia no sólo es diversa, sino llamativamente dispar. Michael Polanyi es un bioquímico húngaro que termina haciendo economía; James M. Buchanan es un economista norteamericano –Premio Nobel en 1986– que hace filosofía política. Si el primero fue miembro de la Sociedad Mont Pelerin fundada por Hayek en 1947 para defender los ideales del liberalismo clásico, el segundo capiteaneó la llamada Escuela de Virginia de Economía Política y fue, junto a John Rawls y Robert Nozick, uno de los nuevos contractualistas que, en la década de los setenta, dieron nueva vida a la reflexión política. Y ambos, sí, se ocupan en estos trabajos de la lógica y los límites de la libertad, que son también los de la autoridad estatal, que es –simultáneamente– su garantía y amenaza.
Su propósito es el mismo: demostrar normativa y pragmáticamente lo deseable de una sociedad liberal, así como delinear las condiciones institucionales para su florecimiento. Se trata de dejar sentado que una sociedad que reduce al mínimo la coerción de unos hombres sobre otros es más justa y eficaz que sus alternativas. La superioridad normativa de la sociedad liberal provendría del mayor valor de la libertad y su superioridad pragmática de las ventajas que los órdenes sociales espontáneos presentarían sobre la planificación centralizada. Es razonable añadir que, cuando estos libros fueron escritos, la alternativa no era otra que un modelo soviético apoyado por buena parte de la intelligentsia occidental. Pese a todo, Polanyi y Buchanan tocan melodías distintas.
Para Polanyi, lo importante no es tanto el individuo libre como la sociedad libre. Es acaso sorprendente que el pensador húngaro no trate de justificar filosóficamente la mayor bondad de los valores humanistas –tolerancia, justicia, libertad– que la sociedad liberal trata de realizar; para él, la creencia occidental en su superioridad moral es indemostrable. Esto puede interpretarse como una forma radical de escepticismo liberal, pero Polanyi quizá esperaba que las ventajas de la sociedad libre se hicieran evidentes por sí mismas ante cualquier observador imparcial, a la vista de su mejor funcionamiento.
Sea como fuere, ese funcionamiento depende de la vigencia de un conjunto de libertades públicas que hacen posible que emerja un orden de la libre interacción de los individuos, sin subordinar sus acciones a ningún objetivo superior o diseño preestablecido.
Explicación: