Con frecuencia sentimos admiración ante la vida del sabio. Muchos intelectuales querrán llegar a su nivel, pero en el camino irán cayendo, como hitos de un deseo impuro. Pues el sabio jamás pretendió serlo: solo era un hombre donando a sus congéneres su propia existencia, y esa virtud latente en la humanidad, que no podemos utilizar por dedicarnos a saborear los placeres mundanos, sigue oculta detrás de nuestro egoísmo. Aquella virtud es una semilla a sembrarse en el terreno del sacrificio y abonarse con la modestia y la paciencia del filántropo. La propuesta central del autor sería:
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la sabiduria llega con el tiempo
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