Con el tiempo, las jirafas de cuello corto, han sido eliminadas, a favor de los cuello largo.
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Pocos animales tendrán un valor tan simbólico en la historia de las teorías evolutivas. La jirafa, de hecho, con su cuello alargado hasta unas dimensiones extravagantes, convierte a cualquier visitante de un zoo en un teórico evolutivo. Nadie duda de la utilidad de alcanzar esas estratosferas de la biología cuando las hojas escasean a menores altitudes, pero ¿cómo demonios se hace eso? Lee en Materia la respuesta que nos ofrece ahora la genómica. Después volverás al zoo con una mirada más aguda.
El primer gran teórico de la evolución, el francés Jean-Baptiste Lamarck, pensaba que los cambios logrados durante la vida del individuo podían transmitirse a la descendencia —esto es lo que hoy conocemos como lamarckismo, o herencia de los caracteres adquiridos— y por tanto utilizó a la jirafa para confeccionar un conmovedor relato de superación transgeneracional: el esfuerzo de mamá jirafa por alcanzar las hojas más altas de los árboles acabó por alargar un poco su cuello, y ese incremento de longitud se transmitió a la prole, y así una generación tras otra.
Desde que se convirtió al evolucionismo durante la travesía del Beagle, Darwin fue muy consciente de que las teorías de Lamarck habían sido ridiculizadas y vituperadas hasta el escarnio, y dedicó sus mejores esfuerzos intelectuales a formular un mecanismo evolutivo que pudiera resultar creíble para los científicos de su época. Su fuente de inspiración fue la selección artificial que los agricultores y ganaderos habían utilizado durante milenios para generar las espectaculares variedades domésticas de animales y plantas que acostumbran a acabar en nuestro plato.
El gran naturalista inglés sabía que no había ninguna fuerza intrínseca que llevara a las semillas a hacerse más grandes o a las vacas a producir más leche: era el granjero el que, en cada generación, seleccionaba las semillas mayores o las vacas más lecheras. Y formuló así la teoría de la selección natural, donde el granjero queda sustituido por las presiones del medio, es decir, por unos recursos siempre más escasos que la exponencial capacidad de reproducción de los seres vivos. Así, las jirafas (o pre-jirafas, mejor dicho) de cualquier generación varían al azar en la longitud de su cuello, y es el entorno el que mata de hambre a las que tienen el cuello más corto. Una generación tras otra de este proceso ciego y mecánico acaba generando el cuello desmesurado sin más ayuda que el paso de unos cuantos millones de años.
La genómica ha definido ahora los 70 genes responsables de la evolución del cuello de la jirafa, y de otros cambios imprescindibles asociados a ella, como un turbo-corazón capaz de bombear la sangre a lo largo de los dos metros que le separan del cerebro del animal. Al menos tres de estos genes muestran signos evidentes de selección natural darwiniana, lo que da la razón al británico. Aunque sin quitársela necesariamente al francés, pues tres genes de 70 se pueden ver como una victoria pírrica.