con el levantamiento, Carranza se quedo solo, por lo que huyo a Veracruz, sin embargo, en Tlaxcalantongo, Puebla lo asesinaron ¿Quien ocupo provisionalmente la presidencia de la republica, entre mayo y diciembre de 1920?
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Respuesta:Álvaro Obregon
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creo que eso no se si estoy bien
si es asi porfa
la mejor respuesta
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Aconsejado por su secretario de Hacienda, el político y periodista Luis Cabrera Lobato, y obligado por el levantamiento de las vías del tren en el tramo de Rinconada-Aljibes, lo que le impide su paso a Veracruz, Carranza y una comitiva buscan refugio en la sierra poblana. Inician su peregrinar en Santa María Coatepec, luego cruzan por las haciendas de Pozo de Guerra, Zacatepec, Santa Lugarda, atravesando el valle de Libres, y llegan a Temextla en la madrugada del 16 de mayo; ahí descansan un poco, toman provisiones y, esperando encontrar el apoyo del general Gabriel Barrios, enfilan con rumbo a Ixtacamaxtitlán.
Su paso por las haciendas es breve, pues lo vienen persiguiendo las fuerzas del general de división Jacinto B. Treviño, quien informa constantemente por telegramas al general Álvaro Obregón todo lo que sucede y las defecciones que sufren los carrancistas. Sin embargo, cuentan los actuales propietarios que en la hacienda de Santa Lugarda, el señor Mucio Barrientos recibe a Carranza con un almuerzo en una mesa para veinticuatro personas y que, al concluir la comida, don Venustiano estampa su firma en el respaldo de una silla de madera, que fue guardada muchos años por la familia y que al final “se extravió quién sabe dónde”. ese mismo 16 de mayo, que era domingo porque hubo misa, según refiere una de las ancianas del lugar, llegaron a Ixtacamaxtitlán y fueron recibidos en casa de las tías de Luis Cabrera, que se llamaban Angelita y Nabor, mejor conocidas como “las señoritas Lobato”, pues ambas eran solteras. Mientras comían, Carranza y Cabrera trataban de conseguir ayuda con el presidente municipal, que no quería recibirlos, y conferenciar con el general Gabriel Barrios para solicitar su apoyo militar, pero solo recibían órdenes con un teléfono que repetía monótono: “Trasládense a Tetela… Trasládense a Tetela”.
Visité cuando menos cuatro veces el poblado, conocí la casa de “las señoritas Lobato”, vi sus muros amplios, su techo de tejas, unos aros de piedra empotrados en las paredes que servían para amarrar a los caballos, y los descendientes me contaron esta increíble anécdota: el presidente Carranza quería recortarse las puntas de la barba; entonces mandaron traer al peluquero del pueblo. Darío Hernández sacó a la calle una mesa, una silla y un espejo y los colocó a la sombra de un zapote blanco en un costado de la plaza. Le habían pedido que recortara la barba del presidente de la República: por la emoción y el nerviosismo de estar ante un jefe que era escoltado por cuatro guardias armados que permanecían de pie, inalterables, la hoja blanca de la navaja temblaba en sus manos como un arma asesina. Carranza parecía confiado, pero no lo estaba. Un movimiento brusco de la navaja le hubiera quitado la vida, sin embargo permaneció tranquilo hasta que retiraron la manta. Al mismo tiempo que le dejaban al peluquero unas cuantas monedas en la mesa, los guardias le ordenaron que quemara los restos de la barba.
Salieron del poblado y entonces se enteraron de que los perseguían las tropas de Guajardo. ¡El mismo Jesús María Guajardo que un año antes había urdido la trampa mediante la que asesinaron a Emiliano Zapata! ¡El mismo al que Carranza había ordenado que le dieran un ascenso y monedas tras ese hecho traicionero!
Estaba anocheciendo cuando llegaron a Zitlalcuautla, una ranchería perteneciente a Tetela. Carranza se hospedó en casa de Luis Tapia Nava. El grueso de la gente se acomodó a ambos lados del camino. Se colocaron las guardias y se encendieron las fogatas.
“Un hombre muy solo”
El 17 de mayo llegaron a Tetela y por ningún lado hizo su aparición Gabriel Barrios. Carranza caminó hacia la plaza principal acompañado de los generales Juan Barragán y Francisco L. Urquizo, de su Estado Mayor. Luego les pidió que fueran a buscar alimento para la caballada. El presidente quedó solo un momento. Era raro que lo dejaran solo, pero él así lo pidió para meditar la situación de los últimos días en la sierra. Lucía Posadas, que en esa época era una niña, le dijo a su progenitora, según cuentan sus nietos: “Es un hombre muy solo para ser el presidente”.
Cuando regresaron sus acompañantes, caminaron por el centro y entraron a una tienda mientras la gente del pueblo se arremolinaba para mirar a la comitiva. Luis Cabrera, en su obra La herencia de Carranza describe: “En las afueras de la oficina de Recaudación de Rentas en Tetela alguien le presta una silla al señor Carranza”. Algunos hombres fueron a hospedarse en la posada de Barrientos; otros tomaron un baño en un temazcal; mientras tanto don Venustiano indultó a algunos presos que se lo solicitaron. De pronto, por teléfono se reciben las noticias de que Guajardo llega por la retaguardia y todos salen precipitadamente con rumbo a Cuautempan.
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