Comparto mi experiencia atendiendo pacientes con Covid-19
en el Hospital Rebagliati.
Día 71: se ampliará la cuarentena un mes más. Recuerdo la primera
vez que entré a la sala covid-19.
Mi jefa me había llamado dos días antes para decirme que se había
adelantado la fecha para ingresar a esa área. Seríamos los primeros
cuatro gastroenterólogos del hospital en ir. Nos sentíamos gladiadores
romanos luchando en la arena a manera de "tributos al emperador".
Y aunque todos deseábamos con ansias cumplir con nuestro deber,
no puedo negar que me generaba algo de ansiedad, incluso miedo.
Esa noche dormí solo dos horas.
Ese día conversé con mis padres. Todos somos médicos y sabíamos lo
que teníamos que hacer, pero aun así estábamos asustados. Al día
siguiente, redoblamos las medidas de seguridad: trapos de lejía bajo
la puerta, alcohol gel en todos los pisos, mascarillas obligatorias,
cubiertos diferentes para todos y mayor distanciamiento.
En el hospital se nos dio el equipo de protección personal y nos lo
pusimos como pudimos -habíamos visto un video tutorial de Youtube
de enfermería del hospital Almenara horas antes-, una suerte de traje
espacial, incómodo, que nos sofocaba. Era difícil respirar a través de
la mascarilla y los lentes protectores nos impedían ver porque se
empeñaban constantemente. Mi cabeza retumbaba y se llenaba de
vapores.
Pero esta es nuestra armadura medieval contra un enemigo invisible y letal. La experiencia de ponerse ese equipo y sacárselo es casi
religiosa.
Nunca olvidaré a mi primer paciente. Entré a su habitación,
temeroso; a tres metros de distancia le pregunté cómo estaba.
Ahogándose me contestó "mejor que ayer, doctor". Aun así, este
señor limeño de 60 años, me contó que su esposa había fallecido
hacía tres semanas debido a un cáncer de páncreas y que él y toda
su familia se habían infectado por covid-19 en el entierro. Su padre
murió una semana después por el virus. Su hijo estuvo hospitalizado y
él, hasta ese momento, luchaba por su vida. No tenía contacto con
sus familiares desde hacía dos semanas ni había entablado
conversación alguna con nadie.
Los días pasaban y ya estábamos más curtidos: nos habíamos
memorizado los protocolos y nos mandábamos los últimos artículos
por WhatsApp. Las cosas mejoraron. Las deficiencias se sanearon.
Estábamos orgullosos de lo que habíamos logrado. En los días
venideros, muchos pacientes fueron dados de alta felices de volver a
casa junto a sus seres queridos.
Mi primer paciente se salvó. Al darle de alta me miró por encima de
su mascarilla y dijo: "Gracias. Gracias por estar aquí. Estoy seguro de
que esto no es fácil para ninguno de ustedes y quiero que sepan lo
agradecido que estoy por esta nueva oportunidad de vivir".
Nuestra sanidad se tambalea, la cuarentena "focalizada" o
"inteligente" es un cuento. Ojalá este mes adicional de cuarentena
nos sirva para aplanar la curva y así poder salvar más vidas siempre
pensando que "a pesar de que el mundo está lleno de sufrimiento,
también está lleno de personas valientes que están superando ese
sufrimiento".
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