comparacion entre la revolucion rusa y el comunismo actual
Respuestas a la pregunta
Sobre las ruinas de la Primera Guerra Mundial sólo en un país, la Rusia de los zares, triunfó una revolución popular contra los gobernantes responsables de la matanza. Hacía décadas que proliferaban en el país movimientos radicales –narodniki, anarquistas, socialistas y otros, algunos de ellos inclinados a la lucha armada y al terrorismo—, que luchaban contra un régimen imperial que hasta 1861 no abolió la servidumbre feudal, y que gobernaba por el terror, la delación, una policía política omnipresente, las ejecuciones de oponentes o su encarcelamiento o deportación. En aquella Rusia explosiva, gobernada por una insensata “corte de los milagros”, se desarrolló un movimiento marxista importante desde el punto de vista intelectual y político, y en su interior una diferenciación marcada entre reformistas y revolucionarios. El Partido Obrero Socialdemócrata Ruso se había dividido en 1903 entre revolucionarios bolcheviques y reformistas mencheviques.
En los partidos europeos occidentales de la Internacional Socialista esta contraposición estuvo latente hasta la guerra sin llegar a la escisión. La Internacional, durante los años anteriores a 1914, había estado advirtiendo sobre el peligro una guerra interimperialista y se había pronunciado contra esa amenaza, declarando que los pueblos no tenían que dejarse arrastrar a una matanza en beneficio de una minoría de plutócratas. Pero cuando estallaron las hostilidades, en los parlamentos nacionales en que los socialistas tenían representantes, éstos votaron a favor de los créditos de guerra, arrastrados por una potente ola de chovinismo que sumergió Europa. Las minorías de diputados socialistas que resistieron la oleada y se mantuvieron fieles a la palabra y a la doctrina de la Internacional acabaron constituyendo fracciones o partidos independientes, según los países, que dieron origen a los partidos comunistas y a otras izquierdas socialistas. La ruptura entre revolucionarios y reformistas fue, en Europa occidental y central (a diferencia de Rusia y con la sola excepción de Italia), un resultado de la primera guerra mundial.
La debilidad del socialismo revolucionario europeo se evidenció desde aquellos momentos, y no sólo en el apoyo a los créditos de guerra. Pese a que los desastres de la Gran Guerra sensibilizaron a millones de personas de las clases populares, y de que en algunos casos se produjeron reacciones importantes (motines contra la guerra de soldados franceses en la primavera de 1917, amotinamientos de marineros y soldados e implantación de la república en Alemania en noviembre de 1918, revolución efímera en Hungría en 1919, ocupaciones de fábricas en el Norte de Italia en 1920, entre otras), los resultados para las fuerzas anticapitalistas fueron escasos. En Alemania [el estado mayor del ejército hizo dimitir al káiser y favoreció una república que pudiera detener la revolución obrera. El] movimiento revolucionario consejista contribuyó a la caída de la monarquía y al establecimiento de la república, pero la cúpula socialdemócrata impidió que la revolución fuera más allá, y lo hizo con un coste extraordinario para la democracia: el militarismo prusiano, el aparato de Estado y el poder del gran capital –los principales culpables de la matanza— se mantuvieron intactos, haciendo posible que sólo catorce años más tarde los nazis tomasen el poder y preparasen la segunda gran matanza del siglo. Tal vez no era posible una revolución socialista en Alemania entre 1919 y 1923, pero parece verosímil que se podía quebrar el espinazo de estos tres puntales de la reacción, de manera que la historia habría podido ser completamente distinta. A veces hay quien esgrime el coste de hacer una revolución como argumento en contra de ella. En este caso la pregunta pertinente es: ¿cuál fue el coste, en Alemania y en Europa, de no hacer la revolución? Antes de 1933 aún se presentaron oportunidades para cerrar el paso al nazismo, pero fracasaron, en un contexto en que la recomposición de la derecha era un hecho consumado que hacía muy difícil la resistencia obrera.