Question

Como todos los años, el viento no había dejado de soplar en Río Gallegos. Las nevadas eran intensas. El viento mostraba su fuerza constante. También eran constantes mis palabras. A los diez años era una niña muy concertadora y debo reconocer, que muy poco discreta. Me fascinaba que mis amigas me contaran secretos. Pero, aunque ellas depositaban en mí su confianza, yo no sabía conservar tesoro tan valioso. En lugar de guardarlos en el cofre de la discreción, los desparramaba con la misma fuerza con que soplaba el viento patagónico. También me gustaba, ¡y mucho!, hablar mal de los demás. Como decía mi abuelo, sacar el cuero. Pero, una tarde, él me dio una maravillosa lección. Soplaba un viento intenso. Era imposible salir a jugar a la plaza. Aburrida me senté cerca de mi abuelo y comencé a hablar mal de mis amigas y vecinos. Mi abuelo escuchaba en silencio, concentrado. En un momento me interrumpió y me pidió que lo acompañara hasta la terraza. ¿Con este viento?, - pregunté. Sí - respondió. Cuando llegamos al lugar más alto de la casa, tomó una bolsa de papel picado y me dijo que la arrojara al aire. Me pareció algo divertido y obedecí. Bueno, ahora juntá todos los papelitos – me ordenó. Pero eso es imposible – le repliqué entre pucheros. El viento los desparrama por toda la ciudad. - Eso es lo que sucede con tus palabras. Es imposible juntar el papel picado. Igual que cada palabra tuya que hiere o perjudica a otra persona. Ese día comprendí que como dice el refrán el hombre es esclavo de sus palabras y dueño de su silencio. Seguí siendo muy locuaz, pero antes de violar un secreto recordaba a mi abuelo, porque a las palabras que hieren, no siempre se las lleva el viento. Lucía Nahuelquin - Río Gallego

Answer 1

Respuesta:

no se

Explicación:

Answer 2

saludos....................