como termina el cuento malva silvina ocampo
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Malva, de Silvina Ocampo
Explicación:
En los últimos tiempos en que mis amigos la vieron no necesitaba de casi nada para impacientarse. La última vez fue por un pucho encendido, que el marido tiró sobre la alfombra, recién traída de la tintorería. El espectáculo resultó sorprendente. Yo no sabía que Malva tuviera tanta elasticidad en el cuerpo. Hubiera podido trabajar de contorsionista en un circo. Se arqueó como una víbora, y echando la cabeza hacia atrás, se mordió el talón, hasta arrancárselo. Felizmente llevaba puesta una culotte negra, de otro modo el espectáculo hubiera sido indecoroso. Había gente: el ministro de educación y una pianista italiana, a la elegante luz de las velas. Algunas personas estúpidas aplaudieron. El marido de Malva la arrastró, no sé dónde, fuera de la sala. Una hora después apareció solo y anunció que su mujer se había sentido mal y que se había acostado. Al alejarse, poniéndose bufandas, sombreros y abrigos, las visitas murmuraron algunos lugares comunes: "Hay que nacer acróbata", "Hay que empezar desde la infancia", "No se pueden hacer esas cosas de un día para el 48otro", "Hay que dar tiempo al tiempo", "¿Se acuerdan de Claudia, cuando se desnudó?", "Y Roberto que perdió el brazo izquierdo", "Caramba, caramba".
Al día siguiente me anunciaron la muerte de Malva. Fui al velorio. Le habían cubierto la cara con un velo espeso. Supe que no habían tocado ningún objeto de su cuarto, para que yo eligiera, en memoria de ella, el que más me gustaba. Me hicieron pasar. En el suelo quedaban aún las marcas de pasos mojados, sobre la madera del piso, que comunicaba con el cuarto de baño. Las miré atentamente.
No creo que nadie la quisiera mucho; a mí se me cayeron las lágrimas. ¿Acaso uno quiere a las personas por sus cualidades morales?. El cariño es un misterio.
Volví junto al cajón, que habían dejado solo, y arranqué el velo que la cubría, para verla por última vez. Debajo del velo, que temblaba a la luz de los cirios, no hallé nada, sino el horrible encaje tieso y blanco, destinado a adornar a los muertos.
Nunca sabré si Malva murió, si se destruyó íntegramente a mordiscos, si está encerrada en algún lugar de la ciudad o en selvas de Brasil, donde a veces sueño que se ha perdido, después de huir en un barco. Esta ciudad no era para ella. Que terminara tan pronto de comer su propio cuerpo era humanamente imposible. Yo creo que aún le quedaban muchos dedos, una rodilla, un hombro, la nuca, las pantorrillas, todos sitios alcanzables para la boca de una contorsionista como ella. No ha muerto, pensé, y esta sospecha me pareció más horrible que la certidumbre de su muerte.