Ciencias Sociales, pregunta formulada por nrestrepo688, hace 1 mes

cómo serían los resultados de la convivencia y el proceso de aprendizaje en nuestra institución y la familia si no hubiera acoso o maltrato. Doy coronitaaa​

Respuestas a la pregunta

Contestado por marcoarana367
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Respuesta:

La responsabilidad última de la prevención y erradicación del acoso corresponde

a los adultos a cargo de ese espacio educativo, tanto familias como escuela.

Precisamente por eso, una estrategia clave para la erradicación del acoso será

enseñarles a pedir ayuda al adulto, a buscar un referente de protección y

seguridad cercano. El mensaje protector por excelencia tanto por parte de las

familias como por parte de la escuela a los niños, niñas y adolescentes ha de ser“Pide ayuda”, no “Sé fuerte” o “Defiéndete solo”. Por mucho que se introduzcan

estrategias de mediación para la erradicación del acoso, esos procesos de

mediación siempre han de ser guiados y supervisados por un adulto que

garantice ese entorno de seguridad y el manejo adecuado de la situación.

Las familias han de trabajar las habilidades para la revelación del dolor y

sufrimiento que estén viviendo sus niños y niñas, venga de quien venga. Pero

esas habilidades van a requerir varios elementos clave. El primero ya ha sido

mencionado, una conexión emocional fluida con el interior y una adecuada

consciencia corporal en el niño, niña o adolescente (Stapert y Verliefde, 2011). Sin

ese nivel de conexión difícilmente el niño o la niña va a revelar el acoso porque

a veces puede darse el caso de que ni siquiera sea consciente de estar siendo

agredido, sobre todo cuando quien le agrede utilice la violencia psicológica,

la manipulación, el chantaje o la amenaza y especialmente cuando exista una

relación afectiva de amistad o de pareja entre adolescentes con esa persona.

El segundo elemento clave para promover las habilidades de revelación

en los niños, niñas y adolescentes es generar una comunicación honesta

y fluida en las familias. Si existe una comunicación honesta y fluida, los

niños, niñas y adolescentes recurrirán a sus familias cuando tengan miedo,

o dudas o cuando se sientan mal. Les parecerá tan obvio hacerlo como

cuando recurrían a sus padres porque no sabían resolver un problema de

matemáticas (ver Faber y Mazlish, 2013; Gordon, 2006; Kashtan, 2014).

Pero esa comunicación es, una vez más, el resultado de una vivencia

mantenida en la cotidianidad. Las familias donde esos cauces de

comunicación existen son familias acostumbradas a conversar en las comidas,

casi siempre sin la televisión encendida para poder hacer escucha activa

real de lo que se están contando los unos a los otros; los padres tienen por

costumbre compartir sus vivencias cotidianas de forma gradual según la

edad del niño pero constante a lo largo de toda su vida y no ocultan sus

propios estados emocionales, dándoles forma y poniéndoles palabras para

que los niños, niñas y adolescentes puedan aprender a reconocer en ellos

estados similares. Familias, en definitiva, donde existen dos elementos claves:

presencia física y afectiva y consciencia por parte de los adultos.

Y una vez que se ha cultivado la consciencia corporal y conexión emocional

interior en el niño o niña y se ha creado una comunicación honesta y fluida

en la familia, hay que romper la dinámica del secreto que sustenta el acoso.

Y para ello existe una pauta educativa de protección muy útil: la diferencia

entre los “buenos secretos” y los “malos secretos”. En el acoso quien

agrede siempre intenta que las víctimas mantengan en secreto lo que está

sucediendo para salir impune y poder prolongarlo.

Por eso esta clave educativa cumple una función preventiva esencial. Los

secretos forman parte de la intimidad de las personas y en principio se

guardan. Esos son los “buenos secretos”. Revelar un “buen secreto” es ser

un “chivato”. Pero existen los “malos secretos”, en los que pasa lo contrario:

revelar un “mal secreto” es ser un buen amigo, ser protector. Los “malos

secretos” son de tres tipos: los que conllevan que el propio niño, niña o

adolescente se haga daño; los que conllevan hacer daño a una tercera

persona; y los que impliquen hacer algo que los niños, niñas o adolescentes

nunca podrían hacer delante de sus padres.

Estos criterios son esenciales, porque a veces los “malos secretos” vienen

legitimados de forma inconsciente dentro de la misma familia. corona porfa.

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