¿Cómo sería un sistema político
dominado por caudillos?
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A lo largo del siglo XIX y hasta entrado el siglo XX, en México prevaleció un fenómeno político y social: el caudillo. Era un líder carismático en quien se depositaba la confianza y la fuerza del pueblo, e incluso de la élite económica, gracias a su magnetismo personal. Sin embargo, a algunos se les acusó de héroes y a otros de tiranos.
Antes habrá que definir el término “caudillo”, el cual ofrece una variedad de imágenes y significados, como jefe, militar, terrateniente, político. La palabra deriva del latín “capitellum”, que significa “cabecilla”. Por su parte, la Real Academia Española define el fenómeno como “sistema de caudillaje o gobierno de un caudillo”. Es decir, es quien guía y manda a la gente de guerra o quien dirige algún gremio, comunidad o cuerpo. En otras palabras, el caudillo es un dirigente.
Durante el siglo XIX, la Corona española se refería a quienes se sublevaban en su contra como caudillos, de ahí que personajes como Miguel Hidalgo y Costilla, José María Morelos y Pavón y Vicente Guerrero acentuaran el carácter militar de esta figura, sin pasar inadvertido Antonio López de Santa Anna.
Un siglo después surge otra insurgencia rebelde que se levanta en armas en contra de la dictadura de Porfirio Díaz, quien llevaba 30 años en el poder. En ese momento surgen personajes como Francisco I. Madero, Francisco Villa, Venustiano Carranza, Emiliano Zapata, los hermanos Jesús y Ricardo Flores Magón y el último caudillo del movimiento armado de 1910, Álvaro Obregón.
“Con estos personajes me niego a usar el término caudillo y a usarlo como un parámetro sólo porque son representativos de la gente. Zapata es un caudillo comunitario campesino, y Villa no, es otra cosa, es un dirigente militar de los desarraigados; Santa Anna es el caudillo del imprevisto, un día es liberal, otro día es conservador y es el hombre que viene a salvar la situación de la nación, aunque no lo logra”, explica el historiador y escritor Paco Ignacio Taibo II, autor de Pancho Villa: una biografía narrativa.
Agrega que “Hidalgo es el hombre de la revuelta a ultranza desde el profundo mundo de la sociedad novohispana. Cada uno de ellos es una historia”.
El caudillo era tirano para la oposición política y guardián de la riqueza para la élite económica. También era jefe supremo para los soldados y héroe para el pueblo. Es evidente que el caudillo gozaba de una amplia aceptación popular.
Un claro ejemplo del acercamiento entre el caudillo y el pueblo se confirma con el caso de Antonio López de Santa Anna, quien tenía apoyo incondicional de la sociedad, sobre todo de los habitantes de su tierra natal Veracruz, donde se divertía con los habitantes de las localidades más próximas a la capital estatal y lo veían como a un gran paisano, “aunque estuviera en su terruño o en el destierro, fuera presidente o traidor”, señala el historiador Lucas Alaman en el libro Historia de Méjico.
Sobre dicho personaje expresa que “tenía conjunto de buenas y malas cualidades: talento natural, sin cultivo moral y literario; espíritu emprendedor, sin designio fijo ni objetivo determinado; energía y disposición para gobernar, oscurecida por graves defectos; acertado en los planes de una revolución o una campaña e infeliz en la dirección de batallas que nunca ganó, habiendo formado aventajados discípulos y tenido temerosos compañeros para llenar de calamidades a su patria, y pocos o ningunos cuando tenían que presentarse ante el cañón francés en Veracruz”.
Es decir, Santa Anna se sublevaba con facilidad en contra del poder existente y una vez en el poder, se ausentaba de la oficina presidencial.
“Como presidente era un fracaso total. Como general perdió casi todas sus batallas importantes. Como caudillo estaba siempre ahí cuando era llamado, pero frecuentemente ausente cuando era necesitado”, agrega Alaman.
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