¿cómo se vive la libertad siendo adolecente
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Pocas cosas son tan inquietantes cómo la de saber cuál es la medida apropiada de libertad que se les debe dar a los hijos cuando comienzan a pedir a gritos que se les deje ser libres y hacer su vida. La adolescencia es la etapa de confusión, de desconcierto, de angustia y desasosiego, tanto para los hijos como para sus padres, durante la cual los jóvenes se preparan para acabar de romper el cordón umbilical que a varios niveles todavía los mantiene atados a sus padres, comenzando así con fuerza ese proceso de lucha por una total independencia alegando que tienen derecho a su libertad. Independencia quiere decir renunciar a la protección de los superiores y elegir el propio camino. En la independencia real, aunque se parece mucho a la libertad y a veces se las confunde; el hombre es dueño de sí mismo y capaz de responder por todas sus necesidades. Solo entonces puede pretender ser libre. Así, el problema en esta etapa es mutuo: los hijos desean una libertad mayor a la que pueden y están listos para manejar, y los padres sienten que esa separación les roba algo que les pertenece y tratan de aferrarse a ellos. Lo grave es que hoy en día los padres claudican muy pronto ante la presión de los muchachos y el conflicto que conlleva tratar de controlarlos, permitiéndoles lo que se les venga en gana. Darles libertad a los hijos no significa desentenderse de ellos, confusión muy frecuente en nuestros días. Ser adolescente es precisamente adolescente de toda la responsabilidad que se precisa para tener plena libertad. Es preciso recordar que el exceso de libertad perturba, ya que es interpretado por los muchachos como un abandono. El sentimiento de desamparo resultante les hace muy inseguros y lleva a que los jóvenes traten de ocultarlo con comportamientos antisociales que proyecten una imagen de personas tan seguras y poderosas que se atreven a desafiar la justicia y las leyes. Sus conductas están motivadas por el doble deseo de encubrir sus temores y lograr que los padres se ocupen por ellos. Muchos padres, interpretando la rebeldía e insolencia de sus hijos adolescentes como un rechazo personal, abdican a su autoridad argumentando que los muchachos están grandecitos y pueden arreglárselas solos. Las decisiones que los hijos deben hacer en este momento de su vida su profesión, su sexualidad, el consumo de alcohol o de drogas y su futuro pueden ser de vida o muerte y por ello precisan más que nunca de la asistencia de los padres. En la infancia los padres debemos llevar al hijo en brazos. En la niñez basta con tomarles de la mano. Y en la adolescencia es preciso hacerse a un lado, pero permanecer silenciosamente atentos y vigilantes para brindarles todo el apoyo y el amor que todavía les resultan indispensables. Los años de adolescencia son el puente entre la niñez y la edad adulta, y los padres debemos ser entonces como las barandas de ese puente que cruzan, es decir ser un soporte sólido y vigilante a su lado que les impida caer en el abismo. Pocas veces en la historia los jóvenes han necesitado de tanta protección como ahora. Las nuevas generaciones se están criando bajo una tormenta de inmoralidad, drogadicción, promiscuidad, corrupción, violencia y desintegración familiar, que amenazan su integridad física, su conducta social y su proceder moral. Es imperativo que los padres no nos dejemos intimidar y claudiquemos a la autoridad que nos corresponde como tales. Este es el momento en que los hijos atraviesan por la etapa más angustiante y arriesgada de su vida. Y por lo mismo, es cuando más precisan del amor de sus padres en términos de sabiduría y respaldo para protegerlos del anarquía que les rodea y amenaza.
Explicación:
Dame gracias