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Gareca nació con el fútbol en la cabeza. Empezó como mediocampista. En la iglesia de Tapiales había una cancha de tierra en la que dio sus primeros toques al balón. El Flaco, sin embargo, con el tiempo pasó al arco. Sobre todo cuando empezó a jugar en el Juvencia, el equipo de su barrio. “Dicen que era bueno al arco”, cuenta. De hecho, Gareca afirma que alguna vez San Lorenzo fue a verlo con la idea de contratarlo como guardameta. El Tigre cumplía los requisitos: era alto y arriesgado para atajar.
No duró mucho tiempo evitando goles. Un día, en la cancha donde su padre lo llevaba a jugar los sábados, faltó el nueve del equipo. “Mi viejo le dijo al técnico, un tal Gambetta: ¿por qué no lo pone a Ricardo? El tipo no quería saber nada porque yo andaba bien al arco, pero me puso de nueve y no me sacó más”. Unos años más tarde, se fue a probar a Boca (aunque era, o es, hincha de Vélez Sarsfield). Se probó de nueve.
Gareca se dedicó al fútbol desde muy chico. Con decir que solo tuvo un trabajo durante la adolescencia. Su papá era capataz de una fábrica y él trabajó enfardando papel durante las vacaciones. Ricardo debutó en Boca Juniors en el 78. En dos años en el club, casi ni jugó. Por ese motivo decidió irse prestado a Sarmiento de Junín. Allí jugó un año y anotó 13 goles. Boca lo pidió de vuelta. Volvió para ser titular en el equipo de Maradona y Brindisi. Sarmiento, sin emabrgo, le cambió la vida, confiesa.
El paso de Gareca por Boca fue bueno. No obstante, tuvo problemas con la dirigencia. Hubo una huelga de jugadores en el fútbol argentino y el presidente de River Plate, Hugo Santilli, aprovechó el pánico para quitarle por primera vez de forma directa dos jugadores a Boca: uno era Gareca. El otro Ruggeri, su mejor amigo. “Fue algo inédito. Pensé que nos mataban a los dos”, cuenta el Flaco. El paso de Boca a River le costó una vida llena de insultos. Inclusive, los hinchas xeneizes le dedicaron un cántico: “Gareca tiene cáncer, se tiene que morir”. “Fue tremendo. Nos puteaban en todas las canchas, aunque mi paso por River fue breve, apenas seis meses. Si me hubiera quedado, la gente me habría terminado queriendo”, dice el hoy técnico de Perú.
Gareca fue siempre un palomilla. Una vez le escondió la tarjeta roja a un árbitro. Se salvó de una grave sanción. Eso sí, a la hora de los festejos era poco original. Y él lo reconoce. “En esa época era raro que aparecieran con algo ensayado. Hoy los chicos piensan cómo van a festejar. Cuando dirigí a Universitario, en el túnel bailaban y ensayaban la coreografía. Yo los miraba y me reía”.
El Flaco, casado con Gladys, su novia desde los 17 años, recibió su primer llamado a la selección en 1980, cuando el otro Flaco, el verdaero, Menotti, era el técnico. "Me agarraron Kempes, el Pato Fillol, el Conejo Tarantini y me llevaron a su habitación a tomar mate. Me hablaron y me aconsejaron. Unos fenómenos. En la cancha me fue muy mal: jugué un solo partido, contra Polonia, perdimos, el Flaco me sacó al comienzo del segundo tiempo y la gente me silbó largo y tendido. Igual, no le reprocho nada a Menotti: se venía el Mundial 82 y él tenía que resolver, no había muchas pruebas. Anduve mal y fue mi único partido”, le contó Gareca a la revista “El Gráfico”.
La relación con la selección nunca fue del todo buena. En 1985, en el Monumental de River, anotó el 2-2 ante Perú que clasificó a Argentina y que complicó las chances de la bicolor para ir al Mundial de México, al que no terminamos clasificando tras perder en el repechaje ante Chile. Bilardo, sin embargo, no lo llevó a la Copa del Mundo. Fue el peor día de su vida. “Estaba en Chile, concentrado con el América. Los medios colombianos ya me daban adentro de la lista, pero a mí no me llamaba nadie de Argentina. En un momento entré al comedor, y todos los muchachos hicieron un silencio… Vinieron y me contaron. Después me fui a la habitación y lloré como un condenado”, contó Gareca, quien sigue llevando la procesión por dentro.
De su época en la selección, a Gareca se le distinguía, entre otras cosas, por un reloj de oro marca Rolex. Lo usaba siempre. De un lado a otro. Se lo había regalado Diego Maradona. Durante una gira de la albiceleste en China, cuenta Gareca, había visto el reloj en la vitrina de una tienda. “Qué lindo”, le comentó a Diego. Unos días más tarde era cumpleaños del Flaco. Y Diego apareció con el reloj. ”Conmigo fue muy generoso”, dice. El reloj se lo robaron los hinchas de Independiente.
Esa es la vida resumida de Gareca. Un técnico que soportó escupitajos, baldes llenos de pis, entre otras cosas. Como entrenador ha vuelto a sonreír. Sobre todo en Vélez, equipo en el que logró cuatro títulos. Es fanático del Bambino Veira, de Pellegrini, de Bielsa. Hoy, como entrenador de Perú, el Flaco que nos quitó la posibilidad de ir al Mundial de México tendrá, por esas cosas de la vida, la dura labor de devolver a la blanquirroja a un Mundial luego de 33 años. El Flaco no la tiene nada fácil.