Cómo se desarrolla la faceta política del ser humano
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Respuesta:
Es el primer gesto de curiosidad y de autonomía frente al mundo pre-establecido al que llegamos.
No me refiero al nacimiento biológico, sino a ese momento en que en relación con la comunidad, el ser que ha salido del vientre de una mujer comienza a humanizarse, a socializarse, a crear vínculos que constituyen sus deseos, sus prácticas, sus ideas y creencias, sus proyectos individuales y colectivos. Se puede asumir como hijo o hija, cuando una mujer se asume como madre o un varón como padre (con independencia de haberlo o haberla gestado). Se asume como ser humano cuando se reconoce en la comunidad que lo recibe, y en ella comparte y crea identidad, lenguaje, usos y costumbres, cultura.
Es en la vida cotidiana donde se producen los gestos políticos que organizan estas relaciones. Serán experiencias de subordinación o de libertad, de competencia o de cooperación, de domesticación o de rebeldía. Será la familia la institución primaria que reglamente una manera de humanizarse o será la comunidad. Será la pertenencia a un pueblo invadido, como quienes nacen políticamente en el contexto actual de Irak. Será la indignación de quienes en el corazón de EEUU rechazan la pertenencia a la cultura hegemónica. Será la experiencia de quienes nacen en el seno de los pueblos originarios de Nuestra América, avasallados por el saqueo y el genocidio colonial y neocolonial. O será la alienación de quienes encuentren su identidad en el espejo con los opresores...
No será lo mismo socializarse como mujer que como hombre, como heterosexual o como travesti, lesbiana o gay, como blanco o como negro o indígena.
Cada identidad asumida en el proceso de nacer como personas es un acto político, seamos o no concientes de esta dimensión fundante de nuestra subjetividad. Estemos o no claras y claros de aquel momento que Bertold Brecht llamó «alfabetización política».
Es tan político asumir la domesticación que desde el poder se ejerce para generar la ficción homogeneizante, alrededor de un patrón cultural burgués, imperialista, racista, xenófobo, patriarcal, guerrerista, como sublevarse frente a esa hegemonía. Es político reproducir el consenso conservador transformado en «sentido común», y también cuestionar desde una pedagogía emancipatoria la trama en la que la dominación busca perpetuarse, al tiempo que se ejercen búsquedas de creación de nuevos sentidos.
En esta perspectiva, ser humanos o humanas significa ubicarnos en el conjunto de las relaciones sociales, de manera que reproduzcamos la cultura que oprime y disciplina los cuerpos, ideas y deseos, o que promovamos con nuestras vidas la emancipación colectiva e individual, la anticipación en nuestras prácticas del reino de la libertad en este mundo. Significa también una actitud frente a la naturaleza, que reproduzca la lógica depredadora y desintegradora que se reconoce en el concepto de «explotación», o desafiar la creatividad inventando una manera de vivir en el mundo que permita establecer relaciones de intercambio con el ambiente en el que nacemos y crecemos, evitando los riesgos ya evidentes de su destrucción, o de tornarlo inhabitable para la especie humana.
En los últimos años, distintos procesos han concurrido para la enajenación de la política en los movimientos populares. Su deslegitimación es tal, que resulta «políticamente conveniente» llenar las listas electorales con artistas, deportistas, vedettes, humoristas, que intentan convencernos que «no son políticos», sino que su compromiso está «con la gente». Concurren ahí diversos factores, como la derrota de los proyectos revolucionarios de los años 60 y 70, y la mutilación de generaciones enteras de luchadores sociales realizada por las dictaduras; el descrédito de las izquierdas, producido ante el derrumbe del llamado campo socialista; la fuerza que en los años 80 cobró la contrarrevolución conservadora y las prédicas del «fin de la historia»; y también, en los 90, las políticas de financiadoras y ONGs, que invirtieron demasiados recursos en «capacitaciones», dirigidas a los «nuevos movimientos sociales» (a los que se nombró así para diferenciarlos teórica y prácticamente de los históricos movimientos populares y/o clasistas), que tienen como objetivo promover una fractura entre sus demandas específicas, y la posibilidad de que las mismas se articulen en proyectos anticapitalistas y/o socialistas.