Filosofía, pregunta formulada por jeronimoyps, hace 8 meses

¿como pueden tanto la ética filosófica como la antropología filosófica a producir un gran cambio en nuestra sociedad que ayude de tal forma a transformarla para el beneficio de todos teniendo presente una escala de valores acorde a nuestras necesidades básicas?

repuesta larga porfa

Respuestas a la pregunta

Contestado por roberthsmiths13
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Respuesta:

La ética suele dividirse en tres subdisciplinas: la ética normativa, la ética descriptiva y la filosofía moral o metaética. Tradicionalmente, el uso de la ética se restringía a la ética normativa. La ética descriptiva detallaba y analizaba los sistemas éticos existentes y era considerada como tal por las ciencias sociales: sociología, antropología, psicología. La metaética o filosofía moral, en cambio, abarcaba una reflexión crítica sobre el lenguaje de ética: juicios morales, valores, obligaciones, derechos, etc. Cuando hablamos de la ética de Aristóteles, de santo Tomás de Aquino o de Kant pensamos en los grandes sistemas de la ética normativa y las consecuentes preguntas: ¿qué es lo bueno?, ¿qué es lo malo?, ¿cómo debemos vivir?, ¿cuáles son nuestras obligaciones morales? Si las respuestas a estas preguntas están bien elaboradas y constituyen un sistema coherente, pueden formar teorías éticas.1 Desde Sócrates la ética fue considerada la más importante de las disciplinas filosóficas y desde el tiempo de Aristóteles empezó a gozar de una autonomía notable (Williams, 1985: 1-52). Hoy la lógica, la metafísica, la ontología, la epistemología, la estética y la ética son las disciplinas que habitan en las aulas del castillo de la filosofía, juntas pero no revueltas.

¿Cuáles son las relaciones entre la ética normativa y la antropología? ¿Es importante la antropología para la ética normativa? ¿Es la ética normativa pertinente para la antropología? En el transcurso del siglo XX se presentaron dos posturas: la tradicional, que admitía que mientras la ética era relevante para la antropología, ésta no era relevante para la ética, y la más reciente, según la cual existe un traslape de intereses entre ambas disciplinas. Hasta finales del siglo XX predominó la primera postura. Nadie cuestionaba en la práctica el papel que la ética normativa debía desempeñar en la investigación antropológica: los antropólogos necesitan orientarse moralmente en su investigación, en las relaciones con sus informantes y con otros antropólogos. Los antropólogos son ciudadanos de una comunidad y deben someterse a sus reglamentos morales.

Al mismo tiempo, los datos recopilados y las teorías elaboradas por los antropólogos acerca del origen o función de la moral no aportan nada o casi nada a la ética normativa. La razón era epistemológica. David Hume observó en el siglo XVIII que el lenguaje de la moral no le rinde pleitesía al mundo como es. Lo que es no implica lo que debe ser. Kant siguió a Hume al afirmar al final de La crítica de la razón práctica que las cosas que merecen nuestra admiración son dos: "el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí" (Kant, [1788] 1998). Los sistemas de valores alternativos, que no son deducibles de la ley moral única, forman constelaciones de estrellas cuan hermosas como inútiles. Finalmente, Moore admitía, al principio del siglo XX, que cualquier teoría ética naturalista, o sea aquella que intente deducir nuestras obligaciones de algunos hechos acerca del mundo o de la naturaleza humana, peca de una "falacia naturalista".2 Para saber cómo debo vivir yo es inútil saber como viven los dogones, los yanomami o los apaches.

Aunque Principia Ethica de Moore fue publicada en 1903, el problema de la falacia naturalista, el argumento antinaturalista y sus posibles respuestas a este argumento ocuparon los intelectos y la imaginación de los mejores filósofos del siglo XX. Gran parte de las respuestas a la guillotina de Hume-Moore fueron elaboradas en el lenguaje de la lógica y de la filosofía del lenguaje (Brandt, 1959: 163-166; Black, 1964; Geach, 1977; Searle, 1964; Holowka, 1981: 168-193; Rachels, 1991: 62-98). Éste no es el lugar para seguir los desesperados intentos de abolir la guillotina de Hume-Moore. Lo interesante es la huella que estos debates dejaron en la antropología. La primera respuesta de los antropólogos fue aceptar la guillotina: las normas no se siguen de los hechos (Bidnehy, 1953: 425; Tennekes, 1971: 16), pero mientras que unos aceptaron la gran tradición filosófica, los otros la pusieron en la picota. Hubo dos intentos de atar ambas disciplinas. El primero provenía de los filósofos en su mayoría y el otro, de los antropólogos. Aquéllos proponían rechazar la guillotina de Hume-Moore y soñaban con encontrar teorías filosóficas naturalistas más sensibles a los datos etnográficos. Los antropólogos empezaron a debatir el relativismo cultural, una nueva versión del relativismo ético, una postura filosófica por excelencia que se remontaba al credo de Protágoras: "El hombre es la medida de todas las cosas: de las que existen como existentes; de las que no existen, como no existentes". Si el hombre refiere a las comunidades, colectivos y culturas, el camino al relativismo cultural queda abierto (Diógenes Laercio, 1998: 236). Veamos ejemplos de ambos intentos.

Explicación:

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